Invadida analmente por una botella
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Mis piernas, largas y esbeltas, están cruzadas de manera deliberada, cada centímetro de piel atrapado en la red de mis medias parece gemir en un silencioso clamor de deseo. Las medias de red no son solo un adorno, sino una prisión delicada que intensifica cada roce, cada susurro de tejido contra mi carne sensible. Puedo sentir el tembloroso calor emanando desde mi interior, un fuego que crepita y chisporrotea, amenazando con consumir todo a su paso. Este cruce de piernas, aparentemente inocente, es en realidad un juego de seducción, un acto de auto provocación que promete más de lo que revela.
Mis dedos, con uñas largas y pulidas, descienden lentamente por la curva de mi pantorrilla, como si dibujaran un mapa hacia mi placer. El tacto de la uñas es tan leve que parece apenas un roce, pero estoy tan excitada que es suficiente para encender una chispa eléctrica que recorre mi piel, desde la punta de mis dedos hasta lo más profundo de mi ser. Esa chispa se convierte en una llamarada cuando llega a mi centro del placer, donde la lujuria late con una insistencia casi dolorosa, un recordatorio constante de la necesidad que arde entre mis muslos.
Mis tacones negros, (amo ese color en los zapatos, me calienta tanto), esos que realzan la curvatura de mis pies y alzan mi figura con una elegancia tentadora, son mucho más que un simple accesorio. Son un símbolo de mi poder, de la feminidad que llevo con orgullo, pero también de la vulnerabilidad que elijo mostrar en este juego erótico. Cada paso que doy en ellos es una declaración, un grito silencioso de deseo que resuena en cada fibra de mi ser, haciendo eco en el espacio entre mis piernas, donde la humedad comienza a acumularse, anticipando lo que está por venir.
Mis tacones resuenan en el suelo con cada paso que doy, un clic-clac que marca el ritmo de mi excitación creciente. Me detengo frente al espejo, admirando el arco perfecto de los zapatos que abrazan mis pies como amantes devotos. El charol negro brilla bajo la luz tenue, reflejando las curvas de mis piernas que se alzan poderosas, cada músculo tensado por el deseo que late bajo mi piel.
Mis manos temblorosas se deslizan por mis muslos, disfrutando del contraste entre la suavidad de mi piel y la textura de las medias de red. Siento cómo se me eriza la piel, un escalofrío placentero que se expande desde mi vientre hasta mis pechos, donde los pezones se endurecen bajo el sostén de encaje que apenas contiene mis formas.
Me acerco al espejo; mis labios se separan apenas, mostrando el leve rastro de humedad en mi labio inferior, un brillo que promete besos profundos y mordiscos suaves. El carmín que los cubre es un rojo tan intenso que parece hecho para ser manchado, para ser lamido y mordido en medio de gemidos ahogados.
Mi mirada, enmarcada por las pestañas largas y espesas, se pierde en el reflejo, observando cómo el verde oscuro de mis ojos brilla con una fiebre que solo yo comprendo. Parpadeo lentamente, disfrutando del peso de las sombras oscuras que envuelven mis párpados, del delineado que se extiende como una caricia peligrosa hacia las sienes.
Deslizo un dedo por mi cuello, siguiendo el contorno de la clavícula hasta llegar al borde del vestido, un negro delicado que contrasta con la lujuria que hierve bajo la tela. Siento la presión contra mi pecho, el peso de mis senos llenos y firmes, la tensión que se acumula en mis pezones, pidiendo ser liberada.
Mis caderas se mueven con una cadencia natural mientras me acomodo en la silla, sintiendo cómo el calor de mi propio cuerpo envuelve el espacio entre mis piernas, cómo la humedad se acumula y se mezcla con la lujuria que late en cada fibra de mi ser. Abro las piernas lentamente, disfrutando del aire que acaricia mi piel desnuda bajo el vestido, dejando que la anticipación crezca hasta que sea casi insoportable.
Mis dedos, delicados pero firmes, se deslizan entre mis muslos, buscando esa humedad que me recuerda cuán viva estoy, cuán femenina y desbordante de deseo me siento en este momento. Cierro los ojos, dejándome llevar por la sensación de mis propios dedos explorando mis pliegues, sintiendo cómo cada caricia enciende un fuego más profundo, más intenso, hasta que mi respiración se convierte en un jadeo suave, casi inaudible.
Y ahí estoy, totalmente entregada a mi propia feminidad, dejando que mis manos y mi cuerpo hablen el lenguaje que solo yo entiendo, el de una mujer que no necesita palabras para demostrar lo que es. Soy el deseo encarnado, una mezcla de delicadeza y fuerza, de suavidad y poder. Cada movimiento, cada respiración, es una muestra de la lujuria que me consume, de la fiebre que arde en mi útero y que solo encuentra alivio en la profundidad de mi propio placer.
Mis dedos descienden con una lentitud intencionada, casi cruel, rozando la piel de mis oscuros labios vaginales con una delicadeza que contrasta violentamente con la voracidad que hierve en mi interior. La tela de las medias se tensa bajo mi toque, amplificando cada pequeña caricia, haciendo que un calor húmedo empiece a emanar desde el centro de mi ser. La humedad que se acumula en mis oscuros pliegues de carne es inconfundible, una confesión silenciosa de mi lujuria desbordante. Puedo sentir cómo mis labios se hinchan con cada respiración, entreabriéndose en un suspiro que es mitad deseo, mitad impaciencia.
Este no es solo un juego; es mi ritual, mi preparación minuciosa para una entrega absoluta. El ritmo de mi respiración se acelera, y con cada exhalación, mis pezones se endurecen bajo el roce leve de la tela, enviando oleadas de placer que se acumulan en mi vientre, intensificándose con cada segundo que pasa. Estoy al borde, mi cuerpo temblando con la anticipación de lo que está por venir, de lo que sé que me llevará más allá de cualquier límite que haya conocido.
Sujeto, por la parte del cuello, a la botella con firmeza, sintiendo el peso del vidrio frío en mi mano. Es un contraste delicioso contra el calor abrasador que recubre mi piel, cada célula de mi cuerpo ardiendo con una necesidad casi insaciable. El fondo de la botella roza la entrada de mi culo anhelante, y un escalofrío eléctrico corre por mi columna vertebral, haciendo que mis caderas se muevan involuntariamente, buscando más contacto, más presión.
Mi ano ya está húmedo, listo, palpitante de deseo.
Cada latido es un recordatorio de lo que mi cuerpo necesita, de esa fiebre que no se apagará hasta que me sienta completamente llena, hasta que cada centímetro de mí sea reclamado y tomado con la fuerza que solo yo puedo soportar. Mis pezones están duros, mis muslos tiemblan, y sé que la elección del lubricante lo es todo. Necesito sentir cada embestida de la botella como si fuera la primera, cada movimiento tiene que ser suave, intenso, y prolongado, dejando que el placer se alargue hasta el infinito.
Tomo el frasco de Pjur Back Door Silicone Lubricant en mis manos. Siento su peso, lo destapo con un temblor en los dedos, casi temiendo lo que vendrá después. Dejo que una gota caiga en mi dedo, y la sensación es instantánea: suave, resbaladiza, tan perfecta que casi gimo de anticipación. No puedo esperar para sentir cómo ese lubricante envolverá cada penetración, cómo me abrirá el recto enrojecido, cómo permitirá que cada empuje sea profundo, completo, llenándome de un placer que ya puedo sentir empezar a arder en mi interior.
Imaginando cómo será, cómo se sentirá, cierro los ojos y deslizo ese lubricante sobre el anillo del ano. La sensación es inmediata, mi cuerpo reacciona, mis músculos se tensan mientras mis caderas se mueven involuntariamente, buscando esa sensación de estar llena, de ser penetrada sin reservas. La imagen de una botella ancha, dura, entrando en mí, deslizándose con facilidad, estirándome, llenándome hasta lo más profundo, me hace jadear. Mis piernas tiemblan de puro deseo, y sé que no podré esperar mucho más.
Pero no me detengo ahí. Mi mano busca el Swiss Navy Silicone Lubricant y lo pruebo también. La textura es exquisita, sedosa, perfecta. Mis dedos se deslizan sobre mi piel con una facilidad que me hace temblar aún más. La idea de ser culiada por una botella, de sentir cómo mi cuerpo se abre para recibir cada embestida, cada centímetro de esa dureza, me hace gemir en voz baja. Me pierdo en la fantasía, en la sensación, imaginando cómo mis gemidos se mezclarán con los jadeos, cuando con la fiereza de mi mano se moverá dentro de mí, resbalando perfectamente gracias a este lubricante.
Mi mente está ardiendo. Cada pensamiento, cada imagen es más intensa que la anterior. Siento mi vagina palpitar con necesidad, cada vez más húmeda, más ansiosa. Mis dedos acarician mis labios mientras mi otra mano sigue jugando con el lubricante, preparándome para lo que sé que será una noche de puro éxtasis.
Finalmente, sé cuál es mi elección. Pjur Back Door Silicone Lubricant. No puedo esperar más. La idea de su grosor llenándome, deslizándose profundamente en mí sin fricción, sin dolor, solo placer, me está volviendo loca. Mi cuerpo está en llamas, mi piel arde, mi vulva late con una necesidad que ya no puedo ignorar. Necesito sentirlo, necesito que me penetren, que me llenen, que me follen hasta que no pueda más, hasta que mi cuerpo grite de placer.
Con el frasco en la mano, me preparo, mis piernas temblando, mi respiración acelerada. Siento el calor extenderse por todo mi cuerpo, mis pechos, mi vientre, mis muslos. Cada parte de mí está ardiendo, lista para ser tomada, para ser satisfecha de la única manera que conozco: profundamente, brutalmente, completamente.
Empiezo a aplicar el lubricante, dentro del ano, meto mis dedos, mis manos, y la sensación es indescriptible. Mi ano se humedece y se dilanta aún más, mi cuerpo se relaja, mis piernas se abren más, listas para recibir todo lo que venga. Me imagino cada embestida, cada movimiento, cómo mi cuerpo se adaptará, cómo mis gemidos se volverán gritos, cómo mi mente se perderá en el placer absoluto. Siento el lubricante haciendo su trabajo, preparando mi cuerpo para lo inevitable, para lo que tanto deseo.
* * *
La botella ya está cubierta con una capa gruesa de lubricante, resbaladiza y lista, pero mi propia humedad se mezcla con el gel, creando una sensación viscosa que hace que mi respiración se transforme en jadeos entrecortados. No puedo evitar deslizar la punta por mi entrada, sintiendo cómo el borde frío se abre camino lentamente, explorando, provocando. Cada milímetro que avanza dentro de mí es una invasión deliciosa, un recordatorio de lo que mi cuerpo es capaz de soportar y disfrutar.
“Uhhhh!” gimo deseosa.
Arqueo mi espalda, sintiendo cómo los músculos de mis nalgas se tensan, cómo mi ano se dilata lentamente para acoger este intruso impersonal que, sin embargo, me llena con una satisfacción que roza lo indescriptible. El vidrio es liso, inquebrantable, y su avance dentro de mí es firme, implacable. La vulnerabilidad de exponerme así, de abrir mi cuerpo para recibir un objeto tan grande, tan duro, me envuelve en una mezcla embriagadora de sumisión y poder. Estoy estirada hasta el límite, cada fibra de mi ser vibrando con la promesa de un placer que solo puedo imaginar, pero que ya empiezo a sentir latente en lo más profundo de mi interior.
Mis dedos tiemblan ligeramente cuando empujo la botella un poco más adentro, sintiendo cómo mi recto infinito se adapta lentamente al tamaño, cómo mis paredes internas se cierran alrededor del vidrio, aferrándose a él con desesperación. Cada movimiento de mis caderas es un grito silencioso de lujuria, un clamor por más, por todo lo que este objeto puede darme. La botella, tan simple y fría en apariencia, se convierte en una extensión de mi propio deseo, un vehículo para explorar los rincones más oscuros de mi lujuria. Y yo, entregada completamente a este momento, me deleito en la sensación de ser llenada, de ser dominada por algo que controlo, pero que a la vez, me controla a mí.
“Ahhhhhh!” gimo enloquecida. La presión contra mi ano es firme, persistente. Cierro los ojos, entregándome al momento. Siento el frío inicial transformarse en un calor que me envuelve mientras la botella empieza a deslizarse dentro de mí. Es una invasión lenta, deliciosa, que me hace gemir, un sonido bajo y gutural que escapa de mis labios antes de que pueda contenerlo. Mi piel brilla bajo la luz, las gotas de sudor y lubricante se mezclan, reflejando el esfuerzo y el placer que se combinan en cada movimiento.
“Sí, así… más…” gimo, mi voz ahogada por la intensidad de la sensación. Cada centímetro que la botella avanza dentro de mí es una nueva ola de placer que se dispara a través de mi cuerpo, cada pulgada me lleva más cerca de ese punto de no retorno.
Siento el peso de la botella, fría al principio, deslizarse con una firmeza calculada dentro de mí. Mis músculos, en un principio, se tensan al aceptar esta invasión audaz. Mis ojos se cierran para aferrarme a la oscuridad, donde solo existe esta sensación que crece en oleadas, desbordándose en mi pecho, subiendo por mi garganta.
El frío metálico que en un principio me hizo temblar, ahora se disipa, reemplazado por un calor que se apodera de mí, que me consume el fuego del calor. La botella avanza lentamente, cada centímetro que se adentra me arranca un gemido bajo, gutural, que se escapa de mis labios sin pedir permiso. Mis manos se aferran a las sábanas, buscando algún ancla en este mar de placer que amenaza con arrastrarme.
“Sí, así… “Más…más…” Jadeo, mi voz ahogada, apenas un susurro que resuena en la habitación vacía. La sensación de plenitud es tan abrumadora que apenas puedo pensar en otra cosa. Mi piel se eriza, cubierta de sudor que brilla bajo la tenue luz; el lubricante se mezcla, haciéndome resbalar en un mundo donde solo existe este momento, donde solo existe este placer.
Cada movimiento, cada avance de la botella dentro de mí, es una nueva descarga de electricidad que recorre mi cuerpo, haciendo que mis músculos se tensen, que mi espalda se arquee. Estoy cerca, tan cerca de ese punto donde no hay vuelta atrás, donde todo se convierte en una espiral descendente de lujuria y éxtasis.
Mis labios se separan, dejando escapar un jadeo más fuerte, “Uhhhhhhh!” Exhalo y mis manos buscan instintivamente más contacto, más de esa deliciosa tortura. Me siento como si estuviera siendo abierta, no solo físicamente, sino emocionalmente, dejando que esta experiencia consuma todo lo que soy, dejándome vulnerable y expuesta al fuego que arde en mi interior.
La presión aumenta, y con ella, el calor se vuelve insoportable.
Mi mente comienza a desvanecerse en el borde del clímax, ese borde peligroso y dulce donde el placer se convierte en dolor, y el dolor se convierte en éxtasis. Ya no hay vuelta atrás, estoy perdida en este fuego que yo misma encendí, y solo queda dejarme consumir por completo.
Mis piernas se separan, abriéndose, exponiéndome completamente. Las medias de red y las ligas que todavía llevo puestas son un recordatorio constante de mi propio poder, de mi control sobre cada aspecto de mi placer. Me calienta verme así, parezco una puta ninfómana. Mis dedos se enredan en la botella, guiándola dentro y fuera de mí con una precisión casi calculada. Los movimientos se hacen más rápidos. Siento cómo mi cuerpo responde, cómo mis músculos se contraen y se relajan alrededor del vidrio, creando una fricción que es casi demasiado intensa para soportar.
Cada vez que la botella se desliza dentro de mí, siento cómo mi recto se va adaptando, cediendo ante esa invasión persistente. Al principio, el dolor era agudo, una punzada que me hacía contener la respiración, pero a medida que la presión aumenta, ese dolor se convierte en un placer profundo, una satisfacción que recorre todo mi cuerpo, como un fuego lento que se va expandiendo.
Está tan profunda la botella que mi esfínter se cierra alrededor del cuello de la botella. Mis músculos la abrazan, tratando de contenerla, pero también invitándola a ir más allá, a llenar cada espacio que parece haberse creado solo para este momento. La frialdad inicial del vidrio se disipa, dejando lugar a un calor que nace de mi interior, un calor que envuelve la botella y la hace parte de mí, como si mi cuerpo la reclamara, la exigiera con desesperación.
Siento cada curva, cada irregularidad del objeto dentro de mi recto, y cómo esas pequeñas diferencias en su superficie se traducen en oleadas de sensaciones que se disparan en mi cerebro. Es una mezcla intoxicante de sumisión y dominio; me entrego a este acto con total devoción, pero al mismo tiempo, siento el poder que tengo sobre mi propio cuerpo, la capacidad de llevarme al borde de la locura y más allá.
Cuando la botella finalmente está completamente dentro de mí, una sensación de plenitud me embarga, casi me asfixia. Es como si cada fibra de mi ser se expandiera para acomodar ese objeto, como si mi cuerpo se fusionara con él, creando una unidad perfecta entre lo que soy y lo que he introducido dentro de mí. Mi espalda se arquea involuntariamente, mis caderas se levantan de la silla, y en ese movimiento, siento cómo la botella se ajusta aún más, cómo mi recto la sostiene, la envuelve, como si no quisiera dejarla ir.
Los gemidos que escapan de mis labios son más fuertes ahora, cada uno más desesperado que el anterior. Mi voz se mezcla con el sonido de la botella moviéndose dentro de mí; un sonido húmedo, casi obsceno, que resuena en mis oídos y acelera mi respiración. “Dios… sí, justo ahí…” susurro, perdida en la intensidad de lo que estoy experimentando, incapaz de pensar en otra cosa que no sea ese momento, esa sensación. Y cada vez los mete saca son más furiosos. Casi con rabia. “Sí…sí…sí”
El clímax se acerca. Lo siento en la forma en que mis músculos se tensan, en cómo mi cuerpo se prepara para liberar toda la tensión acumulada. Cada contracción alrededor de la botella es un recordatorio de la lujuria que me consume, un aviso de que estoy a punto de cruzar esa línea que separa el placer del éxtasis.
Los gemidos se transforman en gritos, guturales y sin control, mientras el orgasmo me invade. Es un torbellino de placer que empieza en mi vientre y se extiende como una corriente eléctrica por todo mi cuerpo, haciendo que cada nervio se encienda con una intensidad casi dolorosa. “Sí, sí, sí, más… ¡oh, Dios!” grito, sin importarme quién pueda escuchar. Mi cuerpo se estremece, cada fibra de mi ser se entrega a esa explosión final de placer, y por un momento, el mundo deja de existir, reduciéndose solo a ese instante, a esa sensación que me envuelve completamente.
El ritmo se acelera; la botella se convierte en un símbolo de mi propio deseo, un deseo que no conoce límites, que me empuja a explorar mis más oscuros recovecos. Mis dedos resbalan sobre mi clítoris, frotando, masajeando con la misma intensidad que se refleja en mis gemidos que llenan la habitación, rebotando en las paredes, volviendo hacia mí con una fuerza que me hace cerrar los ojos y entregarme por completo a este instante.
El espejo me devuelve una imagen borrosa de mis piernas cubiertas por excitantes medias de red , de mis tacones que rozan el suelo mientras mi cuerpo se arquea, buscando más de esa sensación que me consume desde el interior. Cada empuje de la botella dentro de mí es un grito ahogado en mi garganta, un grito que quiere salir, que quiere anunciar al mundo lo que soy capaz de hacerme sentir, lo que puedo experimentar en este juego solitario que ahora es mi todo.
La presión dentro de mí aumenta, y con ella, mi necesidad de liberar todo el deseo acumulado. La botella, ahora completamente insertada, se siente como una extensión de mi ser, una parte de mí que se fusiona con mi cuerpo, llenando cada espacio vacío, llenando mis pensamientos con una única necesidad: más.
Mis manos, ya expertas en este juego, empiezan a moverse más rápido, cada vez más desesperadamente rápido, tirando y empujando, creando un vaivén que me hace gemir más fuerte, mis caderas moviéndose al ritmo, mis ojos entrecerrados, mientras siento cómo mi interior se adapta a esta intrusión, la acepta, la abraza, convirtiendo el dolor en placer, un placer que me está llevando al límite.
El sudor resbala por mi frente, mi cuerpo brilla bajo la luz tenue, y sé que estoy cerca. Cierro los ojos, me entrego por completo al momento, dejo que mi mente se apague y solo me concentro en las sensaciones, en el placer que me consume, en la botella que se mueve dentro de mí, en mis manos que no dejan de explorarme, de tocarme, de exigirme más.
Y entonces grito con la boca abierta en toda su extensión “Ahhhhhhh”, y con ese un último empuje, el orgasmo me golpea, me arrastra en su oleada de placer y dolor, un clímax que se siente como una explosión que empieza en mi vientre y se extiende por todo mi cuerpo, haciendo que me arquee, que grite, que me pierda en ese instante donde no soy nada más que puro, salvaje, y absoluto placer.
En ese instante me derrumbo en la silla, con la botella todavía dentro de mí, siento el calor del orgasmo disiparse lentamente, dejando una sensación de satisfacción profunda. Mi cuerpo brilla, cubierto de sudor, mis labios entreabiertos en una sonrisa de pura lujuria. Esto es lo que soy, lo que siempre seré: una mujer que se conoce a sí misma, que se entrega a su deseo sin reservas, una ninfómana en el sentido más puro y hermoso de la palabra.
Soy Lilith, y cada gemido, cada grito, cada contracción de mi cuerpo es un testamento a la mujer que soy: una amante apasionada, una diosa del placer, siempre buscando, siempre encontrando nuevas formas de satisfacer esa fiebre que pareciera nunca se fuese a apagar.
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