Pajeándote con los Pies

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Estoy recostada en el borde de la cama, con mis piernas abiertas, invitándote al placer. Mi piel bronceada contrasta con las medias negras que cubren mis piernas, realzando, para mi placer, cada curva de mi deseo. Llevo un sujetador de encaje negro que resalta mis pechos firmes, con mis pezones endurecidos asomándose desesperados a través de la delicada tela. Mi mano derecha se desliza suavemente hacia mi entrepierna, acariciando mi blanda vulva humedecida a través del encaje de mis bragas. Cada roce envía oleadas de placer por mi cuerpo, arrancándome un gemido suave, un preludio del éxtasis que sé está por venir.

“¿Te gusta lo que ves, cariño?”, susurro, mis ojos ardientes fijos en ti, llenos de lujuria y promesas. Siento cómo mi cuerpo responde a la tensión en el aire, mis pezones endureciéndose aún más bajo el encaje, y mi  clítoris  palpitando con una necesidad urgente.

Los latidos de mi corazón se aceleran con cada segundo que pasa, como si cada pulso fuera una llamada a la lujuria. El aire se llena de excitación, cargado con el aroma de mi perfume y un toque de mi perversión, un cóctel embriagador que te invita a sumergirte en nuestro deseo. El mundo exterior se desvanece mientras nuestros ojos se encuentran, atrapados en una burbuja de placer puro y excitación. Siento la tensión en el aire, el magnetismo de nuestros cuerpos, llamándose el uno al otro, sabiendo que estamos solos en este universo de placer, listos para explorar cada rincón de nuestra pasión desatada.

Mis piernas se levantan en el aire, forzando mis músculos, hasta la altura de tus caderas, con las medias negras acentuando cada curva, delineando mis deseos más oscuros. Uso mis pies, envueltos en el seductor nylon, para rodear tu deliciosa erección. El roce de la textura de las medias contra tu piel desnuda arranca un gemido profundo de tu garganta, un sonido que envía un escalofrío de placer directo a mi entrepierna. Mis dedos de los pies acarician suavemente la cabeza grandota de tu verga, moviéndose con una precisión tentadora, frotándola y provocando un crecimiento del deseo. Se te comienza a parar más y más y eso me encanta.

—Sí, así… —murmuro, mis labios curvados en una sonrisa traviesa, disfrutando de cada segundo del aumento de tu polla. Puedo sentir tu tensión, la necesidad que crece con cada movimiento de mis pies, y eso me calienta enormemente. Mi propio deseo palpita, la humedad entre mis piernas se intensifica. Puedo sentir mis jugos mojar el encaje de mis bragas, el calor y el aroma de mi excitación llenando la habitación. Comienzo a enloquecer de placer.

Tu verga es imponente, una visión que despierta mi lujuria aún más. La cabeza es grande y redonda, un glande rosado y perfectamente delineado que late bajo la piel tensa, suplicando por más. La textura de tu piel es suave pero firme, con venas prominentes que serpentean a lo largo de toda su longitud, añadiendo una sensación extra de placer bajo mis dedos y labios que también la desean. Siento el calor que emana, la rigidez que desafía mi control, y me deleito en la dominación de este momento. Mis pies se mueven con más fervor. Cada roce, cada caricia, intensifica la tensión. Noto tu tensión.

Mis dedos de los pies tamborilean, jugetean, ligeramente sobre tus muslos, sincronizados con los latidos de tu corazón acelerado. La habitación se llena de sonidos de respiraciones entrecortadas y susurros ansiosos. El aire es denso con nuestra lujuria compartida. Mis gemidos se mezclan con los tuyos, creando una sinfonía de placer.

—Te gusta, ¿verdad? —pregunto, con mi voz siendo un susurro sensual, disfrutando de la sensación de poder que tengo sobre tu placer.

—Sí… sí… sigue — balbuceas con cada movimiento de mis pies, cada roce de mis dedos, está diseñado para llevarte al éxtasis, y la anticipación de tu clímax me hace arder de deseo. La necesidad de sentirte explotar bajo mi toque es casi insoportable, y el poder que tengo sobre ti me hace sentir más viva que nunca.

Mi mente se inunda con pensamientos pervertidos, imaginando todas las formas de posiciones sexuales en que puedo llevarte al límite. Cada gemido tuyo es como una droga, alimentando mi deseo insaciable. Me encanta sentir el poder que tengo sobre ti, cómo cada movimiento de mis pies te acerca más y más al borde del éxtasis. Siento cómo mi vulva se moja aún más, mis jugos corriendo libremente, creando un charco de mi lujuria en el encaje de mis bragas y chorreando hasta las sábanas. El aroma de mi excitación es embriagador, una mezcla de dulzura y deseo que llena la habitación. Mis pezones, duros como rocas, deseando ser tocados, mordidos, lamidos. Cada latido de mi corazón batiente es una llamada a la lujuria, una promesa de placer sin fin.

La sensación de tu verga caliente y pulsante entre los dedos de mis pies es indescriptible. Me deleito en la forma en que respondes a mi toque, en cómo tus gemidos se vuelven más fuertes, más urgentes. Quiero verte perder el control. Quiero ser la causa de tu clímax. La anticipación es casi insoportable, y sé que cuando finalmente llegues al borde, será una explosión de placer puro.

El calor entre nosotros se intensifica. El aroma de nuestro deseo se mezcla con el aire, creando una atmósfera embriagante. “Eres mío”, murmuro, mis palabras cargadas de posesión y lujuria. Cada sílaba sale de mis labios con la firmeza de una promesa ardiente.

Mientras mis pies trabajan en tu verga, mi propio cuerpo responde con una oleada de placer que recorre cada centímetro de mi ser. Mi vulva está hinchada y húmeda, los labios mayores se separan ligeramente, revelando la cremosa humedad que emana de mi interior. El clítoris, erecto y sensible, palpita con cada movimiento de mis pies, enviando oleadas de placer a través de mi cuerpo.  Estoy enloquecendo de placer mientras el aroma de mi excitación se mezcla con el aire, un olor dulce y almizclado que llena la habitación, intensificando nuestra lujuria compartida.

Mis pezones, duros como piedras, siguen empujando deseosos contra la tela del sujetador delicadamente negro. Cada roce de la tela contra ellos envía pequeños choques de placer directo a mi entrepierna, haciéndome gemir suavemente. Siento mis pezones tensarse aún más, deseando ser acariciados, pellizcados, mordidos.

Mi orificio anal, aunque no directamente estimulado en este momento, late con una anticipación sutil. La sensación de vacío y la promesa de ser llenada más tarde añaden un nivel extra de excitación. Siento cada músculo de mi cuerpo tenso y receptivo, esperando con ansias el momento en que te sumerjas en mí por completo.

—Si no me lo meten por el culo, no es un trabajo completo. Necesito la verga en mi culo —pienso, y la mera idea me hace estremecer de placer. La anticipación de sentirte llenar cada uno de mis agujeros me hace palpitar aún más fuerte. Siento cómo mi vulva se contrae involuntariamente con cada movimiento de mis pies en tu verga, cada vez más húmeda, cada vez más ansiosa por más. Cada gemido tuyo es música para mis oídos, una confirmación de mi poder sobre tu placer. Tu verga se inflama deseosa y reaccionando la siento en los dedos de mis pies.

El calor entre nosotros es ahora casi insoportable, una mezcla de deseo puro y ansias desenfrenadas. Mis pies no dejan de moverse, aumentando el ritmo y la presión, llevándote al borde del clímax mientras mi cuerpo entero arde de excitación y deseo. El aroma de nuestra perversión, el sonido de nuestros gemidos, la sensación de tu verga pulsando bajo mi toque y la promesa de un placer aún más profundo.

Con un movimiento lento y deliberado, mis pies comienzan a masajear tu verga ardiente que crece más y más bajo mi toque. La sensación de tu piel contra el tejido de mis medias me hace estremecer, enviando oleadas de placer por mi cuerpo. Aumento la presión, moviéndome más rápido, cada roce intensificando nuestro deseo compartido.

—¿Quieres más, amor? —te provoco, con mi voz ronca por la lujuria, los ojos fijos en tu expresión de placer. Veo tus ojos cerrados, escucho tus gemidos profundos, y siento tu pene palpitando bajo mis pies. Cada movimiento de mis dedos acariciando tu glande me calienta aún más.

Mis pies se deslizan hacia tus bolas, una visión exquisita de deseo y masculinidad. Redondas y llenas, cuelgan pesadas bajo tu verga, suavemente velludas y cálidas al tacto. Cada una se siente firme y tersa bajo mis dedos, su peso prometiendo una carga de placer por liberar. Las venas apenas visibles sobre la piel más oscura añaden una textura que mis dedos disfrutan recorrer. Al acariciarlas, puedo sentir el leve temblor que recorre tu cuerpo en respuesta, un reflejo de cuánto disfrutas de mi toque.

El suave olor almizclado que emana de ellas es embriagador, mezclándose con el aroma de nuestra excitación. Cada movimiento de los dedos de mis pies sobre ellas arranca un gemido profundo de tu garganta, una señal inequívoca de cuánto disfrutas de mi toque.

La tensión en el aire es palpable. Cada gemido tuyo se mezcla con los míos, creando una sinfonía de deseo. “No pares”, susurras, y yo sonrío, sabiendo que estamos apenas comenzando. Siento cómo mi vulva se humedece aún más, mis jugos corriendo libremente y el calor de mi excitación llenando la habitación.

Miro tus manos, y el deseo en tus ojos me dice exactamente qué hacer. Una de tus manos se aferra a mis tobillos, sintiendo la textura del nylon y la calidez de mi piel. Tus dedos se aprietan con fuerza, marcando un camino de sensaciones a lo largo de mis piernas. La presión de tu agarre me excita aún más, sabiendo que estoy en control de tu placer.

Tu otra mano viaja por tu cuerpo, explorando cada rincón con desesperación. La veo moverse de tus muslos a tu abdomen, subiendo y bajando, dejando un rastro de caricias ardientes en su camino. Tus dedos juegan con tus testículos, masajeándolos y tirando ligeramente de ellos, intensificando cada onda de placer que recorre tu cuerpo.

Mis movimientos son calculados; cada roce de mis pies está diseñado para llevarte más cerca del borde. Siento la tensión acumulándose en tu cuerpo, tus gemidos se vuelven más fuertes, y puedo ver la desesperación en tus ojos. “No pares, Lilith, estoy tan cerca”, susurras entre jadeos, y aumento el ritmo, mis pies moviéndose con una precisión que te vuelve loco.

Me inclino hacia adelante, acercando solamente mi mano derecha a tu miembro. Lo aprieto suavemente, lo suficiente para apoyar tu calentura mientras, tendida de espaldas, mis pies continúan su danza sensual. Siento el calor pulsante de tu verga bajo mis dedos y pies, y mi propio deseo palpita con cada movimiento.

—¿Te gusta esto? —pregunto, lamiendo mis labios con deseo, mis ojos fijos en ti.

Mi corazón late con fuerza, alimentado por tu necesidad insaciable. Mis pezones están duros como rocas, mi vulva palpitante y húmeda, deseando más con cada segundo que pasa. La sinfonía de nuestros gemidos, susurros y respiraciones pesadas llena la habitación, envolviéndonos en un éxtasis compartido que nos consume.

Mis manos se aferran al borde de la cama, mis dedos clavándose en la madera, mientras mis pies continúan su danza erótica sobre tu verga. Cada movimiento es calculado, provocando y aumentando el placer. Siento la presión acumulándose en mi zona vaginal, un fuego ardiente que crece con cada roce, cada caricia de mis pies contra tu piel sensible.

Mis gemidos se vuelven más fuertes, una mezcla de lujuria y desesperación que se funde con los tuyos. Tus manos acarician mis talones, tus dedos presionando con fuerza, mientras mis pies te acarician sin piedad. “Lilith…”, gimes, tu voz cargada de deseo y urgencia, y sé que estás al borde del clímax.

Aumentando la presión imperceptiblemente, mis movimientos se vuelven más rápidos y urgentes. “Vamos, amor, déjalo salir,” te incito, mis ojos fijos en los tuyos, llenos de una promesa ardiente. La intensidad de nuestro deseo nos consume, borrando todo lo demás.

Cada momento se siente eterno, cada toque es una promesa de placer. “Más,” susurras, y yo obedezco, moviéndome con la precisión de una amante experta. Mis pies te envuelven, aumentando el ritmo, llevándote al borde de la locura.

“Eso es, amor, no te detengas,” susurro, mi voz ronca y cargada de deseo. “Quiero sentirte explotar para mí. Tus gemidos se vuelven más intensos, tus manos se aferran a mis tobillos, y puedo ver la desesperación en tus ojos.

Mis pies se mueven con una danza sensual, masajeando tu verga con una mezcla de ternura y firmeza. La fricción de mis medias contra tu piel desnuda te hace gemir de placer, y puedo sentir cada pulso de tu erección bajo mis pies.

—Espera un momento, cariño —te susurro dulcemente, deteniendo mis movimientos por un instante. Mis ojos brillan con lujuria mientras, con la gracia y flexibilidad de una felina, alcanzo el borde de la cama donde tengo a mano una pequeña botella del infaltable lubricante.

El frasco descansa allí, su superficie lisa y fría, un presagio de la intensidad que promete. Lo abro con un clic suave, y el aroma sutil del lubricante llena el aire, una mezcla de pureza y promesa. Derramo una generosa cantidad sobre las medias que cubren los dedos de mis pies, sintiendo el líquido fresco cubrir mi piel, su textura sedosa extendiéndose con facilidad. La frescura inicial se transforma rápidamente en un calor acogedor, preparando mis pies para el contacto más íntimo.

Con una precisión casi ritual, dejo caer algunas gotas sobre tu verga, observando cómo el líquido resbala lentamente por tu longitud. Las gotas de lubricante se mezclan con las perlas de pre-semen en la punta, creando una mezcla brillante y tentadora. La visión es hipnótica, y no puedo evitar lamerme los labios, anticipando el placer que sé está por venir.

Mis pies vuelven a su tarea, ahora envueltos en esta capa resbaladiza y exquisita. El lubricante transforma cada caricia en una experiencia más intensa, cada movimiento se siente más profundo, más íntimo. La fricción se reduce a nada más que un susurro, permitiendo que cada toque sea una ola de placer sin interrupciones.

—Así, amor —murmuro, mis ojos fijos en los tuyos, reflejando el deseo y la conexión que compartimos. Cada roce de mis pies sobre tu verga ahora es un deleite continuo, el lubricante asegurando que la sensación sea suave y prolongada. La combinación de tu calor y la frescura del lubricante crea una sinfonía de sensaciones que nos lleva más allá de lo que conocíamos.

—Esto hará que se sienta aún mejor —murmuré, con una sonrisa traviesa curvando mis labios.

Con mis pies ahora cubiertos de lubricante, retomo mis movimientos, deslizando mis pies suavemente por tu verga. La sensación es electrizante, cada movimiento es más fluido y resbaladizo, intensificando las sensaciones para ambos. Mis pies se mueven con mayor facilidad, acariciando tu longitud con una precisión y una delicadeza que te hacen gemir aún más fuerte.

—Oh, Dios, Lilith, eso se siente increíble —gimes, con tu voz llena de un placer casi doloroso.

—¿Te gusta? —pregunto, aunque ya conozco la respuesta. Mis dedos de los pies se cierran suavemente alrededor de tu glande, de tus bolas, frotando el lubricante contra tu piel sensible.

“¿Te gusta así, cariño?”, susurro, mirándote con una mezcla de lujuria y ternura. Siento cada vena, cada pulso de tu excitación bajo mis pies. La cabeza de tu polla está hinchada y rosada, goteando una perla de preseminal que lubrica aún más mis movimientos. Deslizo mis pies hacia arriba y hacia abajo, aumentando la presión justo en la punta, provocando un gemido profundo de tu garganta.

La textura de la piel de tu polla es suave pero firme, un contraste que me fascina. Mis pies se mueven con una precisión calculada, acariciándote desde la base hasta la cabeza, cada movimiento arrancando un nuevo sonido de placer de tus labios. “Sí, así…”, murmuro, disfrutando de cómo tu cuerpo responde a cada toque.

Siento cómo tu polla palpita, cada latido sincronizado con tus gemidos. “Más, Lilith, no pares”, imploras, y yo sonrío, satisfecha con el poder que tengo sobre ti. Deslizo mis pies hacia abajo, acariciando la base de tu polla, disfrutando de la sensación de tu dureza bajo mis dedos. La humedad de tu preseminal se mezcla con la tela de mis medias, creando un deslizamiento perfecto.

“¿Te gusta esto?”, pregunto, viendo cómo tu expresión cambia con cada movimiento. La cabeza de tu polla se enrojece aún más, y puedo sentir la tensión acumulándose en tu cuerpo. Mis dedos de los pies acarician tu frenillo, sabiendo que es tu punto más sensible. “Sí, Lilith, más…”, gimes, y yo aumento la velocidad, disfrutando de cada momento.

El calor de tu erección se intensifica, y sé que estás cerca. “Vamos, amor, déjalo salir”, te incito, mis palabras mezclándose con tus gemidos. Tus caderas se levantan, buscando más contacto, y yo respondo, mis pies moviéndose con una precisión casi cruel. Mis propios gemidos se mezclan con los tuyos. La sensación del lubricante entre mis pies y tu verga me hace sentir más conectada contigo, más unida en este acto de pura lujuria. Mis pezones están duros como piedras, y la humedad entre mis piernas aumenta, mi clítoris pulsando con una necesidad urgente.

Aumento la velocidad de mis movimientos, mis pies deslizándose arriba y abajo de tu verga con un ritmo frenético. Mis manos se aferran al borde de la cama, mis pechos rebotando ligeramente con cada movimiento. Puedo sentir la tensión en tu cuerpo, la forma en que tus caderas empujan hacia adelante, buscando más de la sensación húmeda y resbaladiza que mis pies te proporcionan.

—Sí, así… no pares, Lilith —imploras, tus palabras entrecortadas por gemidos.

El calor entre nosotros se intensifica, la fricción suave del lubricante llevando a ambos al borde del clímax. Mis pies se mueven con una precisión casi mecánica, cada roce, cada deslizamiento diseñado para llevarte más cerca del abismo.

—Voy a correrme, Lilith… ¡voy a…! —gimes, tu cuerpo temblando bajo la intensidad del momento.

—Hazlo cariño, correte para mí —susurro, mi voz cargada de lujuria y anticipación.

Finalmente, sientes que no puedes aguantar más. Tus gemidos se vuelven más fuertes, y miro con satisfacción mientras alcanzas el clímax. La expresión de éxtasis en tu rostro es suficiente para llevarme al borde a mí también. “Eso es, amor, déjalo ir”, susurro, mis palabras mezclándose con tus gritos de placer.

La textura, el calor, la firmeza de tu polla entre mis pies es una sensación que me consume, una mezcla de poder y deseo que me deje queriendo más…

Cuando siento que estás a punto de estallar, acelero mis movimientos, mis pies moviéndose con una urgencia controlada, asegurándome de que cada caricia sea un golpe directo al centro de tu placer. La punta de tu verga se enrojece aún más, y sé que estás a punto de explotar. Con un último movimiento, presiono firmemente tu glande con mis dedos de los pies, manteniendo el contacto mientras alcanzas el clímax.

Con un último movimiento, sientes que no puedes aguantar más. Tus gemidos se vuelven más fuertes, y yo te miro con satisfacción.

La punta de tu polla cabezona, a más no poder, se enrojece aún más, y sé que estás a punto de estallar. “Sí, sí, más,” gimes, tus manos agarrando mis tobillos con fuerza.

La tensión en tu cuerpo se acumula, tus músculos se contraen mientras te acercas al límite. “No pares, Lilith, estoy tan cerca”, susurras entre jadeos, tu voz llena de desesperación y deseo. Mis pies siguen su ritmo, cada movimiento calculado para maximizar tu placer, acariciando cada centímetro de tu erección con una destreza que te hace temblar.

Cada vez que mis pies rozan la punta hinchada de tu polla, sientes una oleada de placer que te arrastra aún más cerca del borde. La fricción de las medias negras contra tu piel sensible es una tortura exquisita, un recordatorio constante de cuánto disfrutas de mi toque. Con cada movimiento, mi sonrisa se ensancha, sabiendo que te tengo exactamente donde quiero.

“Vamos, no te detengas, déjalo salir,” te susurro, con mi voz ronca y cargada de lujuria. Siento el poder de mi control sobre tu placer, y eso me excita aún más. Mis pies aumentan el ritmo, frotándote con una precisión que te vuelve loco. Cada vez que gimes, mis pies responden, llevándote más y más cerca del clímax.

Tu respiración se vuelve más rápida, tus gemidos más fuertes, y puedo ver cómo tus ojos se cierran, entregándote completamente a la sensación. La punta de tu polla, cabezona a más no poder, se enrojece aún más, y sé que estás a punto de estallar. “Sí, sí, más,” gimes, tus manos agarrando mis tobillos con fuerza, tus dedos clavándose en mi piel.

“Eso es, amor, no te detengas, quiero sentirlo todo”, murmuró con mi voz en un susurro seductor que se mezcla con el sonido de las olas. La tensión en el aire es palpable. Cada gemido tuyo se mezcla con los míos, creando una sinfonía de deseo que llena la noche.

Con un último movimiento, sientes que no puedes aguantar más. Tus gemidos se vuelven más fuertes, y yo te miro con satisfacción, disfrutando de cada segundo. “Vamos, amor, déjalo salir, quiero ver cómo explotas para mí”, susurro, mis pies presionando con más fuerza, aumentando la fricción hasta el punto de no retorno.

La punta de tu polla late con una necesidad desesperada, y puedo ver el momento en que finalmente te rindes, dejando que el clímax te consuma. “Eso es, cariño, déjalo salir, eyacula para mí”, te incito, mi voz una mezcla de orden y deseo.

Con un grito de placer, tu semen explota, caliente y espeso, cubriendo mis pies y deslizándose lentamente por mis negras medias. La sensación es intensa, cada pulsación de tu orgasmo resonando en mi piel como una descarga eléctrica que envía escalofríos de lujuria a través de mi cuerpo. Me deleito en la calidez viscosa de tu esencia, sintiendo cómo impregna las finas fibras de mis medias, creando un contraste erótico entre el blanco cremoso de tu semen y el negro profundo de la tela.

Sigo frotándote suavemente mientras terminas, prolongando tu placer y asegurándome de que cada segundo del clímax sea un deleite absoluto.

“Eso es, amor, suéltalo todo,” susurro, mi voz cargada de satisfacción y lujuria. Mis ojos están fijos en ti, disfrutando de cada segundo, de cada gota que cae y se mezcla con el aire cargado de nuestro deseo. Mis pies se mueven suavemente, extendiendo el calor de tu semen por mis dedos, dejando que se mezcle con la textura de mis medias.

El aroma de tu orgasmo se mezcla con el ambiente, una mezcla embriagadora de nuestra excitación que llena la habitación. Mi vulva palpita de deseo, mis jugos corriendo libremente, añadiéndose al mosaico de sensaciones que nos envuelve. Cada movimiento, cada pequeño deslizamiento de tu semen por mis pies, es una sinfonía de placer, una prueba de nuestra conexión física y de la intensidad de nuestro encuentro.

Siento el poder en este momento, el control sobre tu placer y la satisfacción de haberte llevado al límite. La vista de tu semen cubriendo mis pies, el calor que emana de cada pulsación, me hace gemir suavemente, mi cuerpo respondiendo a la intensidad de la escena.

Mientras te recuperas, mis manos acarician mis propios muslos, sintiendo la humedad de mi propia excitación. Mis pezones están aún más duros bajo la tela de mi sujetador, con cada roce enviando pequeños choques de placer directo a mi concha. Me inclino hacia adelante, acercando mi rostro a tus caderas, mis labios curvándose en una sonrisa satisfecha.

“Te gustó, cariño, ¿verdad?”, pregunto, y mi voz es un susurro sensual que llena el silencio que sigue a tu clímax. Mis dedos trazan círculos suaves en mis muslos, la tela mojada de mis medias rozando contra mi piel, intensificando la sensación de placer que recorre mi cuerpo.

Tus gemidos y gritos de “¡Ahhhh…me corro…me corro!” se suavizan, pero tu cuerpo sigue temblando con los últimos espasmos de placer. La tensión acumulada se disipa lentamente, dejándote en un estado de deliciosa vulnerabilidad. Miro la evidencia de tu éxtasis, ese fluido caliente y espeso que cubre mis pies, y una ola de satisfacción profunda y carnal me invade. Mis pies se mueven lentamente, acariciando tu polla con una delicadeza provocativa mientras terminas de eyacular los últimos estertores, prolongando ese último temblor de placer.

Tus manos aflojan su agarre de mis pies, y tus ojos se abren lentamente, llenos de agradecimiento y deseo satisfecho. “Eres increíble, Lilith,” dices, tu voz aún temblorosa por el clímax. Sonrío con una mezcla de orgullo y lujuria, sintiendo el poder y la conexión que hemos compartido. Miro tus ojos, disfrutando de la intensidad de este momento de intimidad y satisfacción.

La humedad ardiente de tu semen en mis pies es una prueba tangible del placer que hemos creado juntos. Mis manos acarician tus muslos peludos, subiendo lentamente, cada caricia un recordatorio de la pasión que hemos desatado. Siento una oleada de satisfacción y poder, sabiendo que he llevado tu cuerpo al límite del placer.

Me inclino hacia adelante, acercando mi rostro a tus caderas, mis labios curvándose en una sonrisa satisfecha. Mi mano, ahora temblorosa con la misma intensidad que la tuya, recoge el semen que queda en la palma de mi mano, barriendo cada gota. Me tomo un momento para admirar la textura viscosa, la huelo, y saboreo la calidez de su esencia antes de llevarla lentamente a mis labios y tragarla con desesperación. Hambrienta.

Mis pezones están aún más duros bajo la tela de mi sujetador, con cada roce enviando pequeños choques de placer directo a mi concha. La mezcla de tu semen y mi saliva se convierte en un elixir prohibido, un testimonio de nuestra lujuria compartida. Dejo que una parte se deslice por mis labios, sintiendo el calor y el sabor salado en mi lengua, escurriendo por mi garganta. Lo trago hasta la última gota. Luego, extiendo el resto sobre mi piel, dejándolo correr por mi  cara, cuello y hacia mis tetas.

Mis manos suben por mi cuerpo, acariciando cada curva mientras el semen se mezcla con el sudor y la sal del océano. La sensación es electrizante, cada movimiento una caricia de placer. Mi respiración se vuelve más profunda, más pesada, mientras mis dedos juegan con mis pezones a través del sujetador, presionándolos y girándolos hasta que se sienten como rocas bajo la tela, totalmente bañados con tu semen caliente.

“¿Te gusta lo que ves?” murmuro, con mi voz baja y ronca, cargada de deseo. Mis ojos se clavan en los tuyos, desafiándote a mirar cada detalle, cada movimiento. Siento cómo mi concha se humedece aún más, mis jugos mezclándose con la humedad en el aire. La excitación es palpable, una corriente eléctrica que corre entre nosotros, conectándonos en un lazo de placer y deseo.

El aroma del semen y el sudor llena la habitación, creando una atmósfera embriagadora que intensifica cada sensación. Cada roce de mis dedos, cada susurro de mi voz, está diseñado para provocarte, para mantenerte al borde del éxtasis. Mi cuerpo se arquea, livianamente,  hacia ti, ofreciendo cada parte de mí a tu mirada hambrienta.

“Esto es solo el comienzo”, susurro, acercando mi rostro al tuyo, dejando que mis labios rocen los tuyos en un beso embadurnado con tu crema eyaculada que promete más. “Quiero más de ti, de esto, de nosotros. No te detengas, amor. Déjate llevar por el placer, por la lujuria. Quiero verte explotar una y otra vez. “Hoy…mañana”

Mis palabras son una orden, una súplica, una invitación a un mundo donde el placer no tiene límites y la lujuria es la única ley. Y mientras la noche continúa, sé que este momento, este deseo, es solo el principio de una aventura de lujuria interminable, exclusiva, entre nosotros dos.

Fin… por ahora.

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GardC VanC
GardC VanC
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