Se untó de aceite y gimió de placer como nunca
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Ella se acercaba a mí lentamente mientras yo cabeceaba del sueño en mi cama, alcanzaba a mirarla con una tanga roja, sin sostén, con el cabello suelto, combinando una mirada pícara y mordiendo sus labios, reflejos vivos de esa traviesa boca. Alcanzaba a mirar sus tetas envueltas en un aceite erótico, cuyo recipiente ella sostenía en su mano derecha.
?Papi no te vayas a dormir, me dijiste que me ibas a dar mi regalito?, dijo mientras me acariciaba la verga, que ya empezaba a ponerse dura dentro de mi pantalón.
Un fuerte apretón en la entrepierna me hizo abrir los ojos completamente, se me fue el cansancio que había acumulado durante el día en la oficina. De inmediato me dio el aceite y volvió su espalda hacia mí. Con el morbo y el deseo que me caracteriza, empecé a untárselo en esas redondas y morenas nalgas. Mis dos manos no alcanzaban a cubrir todo ese poco de carne. Mientras rociaba el aceite, metía mis dedos entre sus nalgas, sin penetrar ninguno de sus agujeros, solamente asegurándome que el aceite humedeciera el delgado hilo dental que había sido absorbido por tan flamantes piezas. Le bajé la tanga lentamente. Un pedazo de tela que quedó envuelto en aceite. Ahí pude ver su depilada concha y su agujero del culo, los cuales estaba a punto de besar, pero ella se volteó y empezó a desvestirme, mi traje de la oficina quedó en el suelo en tan solo unos segundos. Ahí se veía mejor.
Ese día no había velas, ni música romántica, tampoco pétalos de rosa en el suelo o en la cama. Ella solo quería sentir mi lengua endureciendo sus pezones, luego sentirla en su cuello, en su boca, mientras estaba encima de mi. La besé de pies a cabeza mientras ella me tiraba lentamente sobre la cama. El aceite ya me había cubierto el miembro, y en cuestión de minutos, la iba a clavar con ganas.
La penetré sin pensarlo, de igual forma ella no quería juego previo, sus sensuales movimientos mientras yo dormía fueron suficientes para calentarme. Ella se calentó con solo saber que ya algo se había endurecido en mis pantalones. Ella sintió como le entraba, su concha mojada se lubricó aún más con el aceite erótico que nos enloquecía. Me empezó a cabalgar con movimientos circulares, gimiendo de placer.
?Papi como quieres que no haga bulla si esto se siente tan rico, no me voy a callar?, esto me lo dijo porque antes le había comentado que sus gritos eran ensordecedores (pero me encanta escucharlos) y que bajara un poquito más la voz.
Pero que va, no me hizo caso, y esa noche alzó su voz como nunca. Yo que casi nunca gimo, me contagié y le traje junté su cara con la mía para besarla mientras la clavaba con más fuerza. En medio del goce me untaba más de aceite y nuestros cuerpos resbaladizos y lubricados parecían no paraban de moverse. Luego decidí ponerla en cuatro y rociar más aceite sobre el esplendor de sus nalgas, esta vez metía suavemente mi dedo en su culo mientras le daba por la cuca. Ella boca abajo, apretaba con sus dos manos una sábana que se encontraba envuelta. No había tiempo para pensar que iba a pensar quien iba a cambiar las sábanas ni como se le quitaría el montón de aceite que estaba encima. De todas formas, las cobijas eran participantes mudos de nuestro excitante encuentro sexual.
Después de gritar con más fuerza y de forma pausada, su cuerpo se estremeció sobre la cama y lanzó la expresión que nos gusta tanto a los hombres: ?Me vine papi?. Frase emblemática de muchas actrices de mi página web porno favorita.
Al escuchar eso, no la dejé descansar y le di con fuerza para terminar yo también. Con intenso gemido uniforme me precipité sobre su espalda mientras el semen se esparcía sobre el condón, dándome un orgasmo de fantasía.
El polvo duró unos 15 minutos nada más, era tanto el deseo que mi amante de 40 años me tenía a mí, un joven de 26 años, que decidió venirse al poco tiempo de sentirme dentro de ella.
Luego de todos nos quedamos dormidos al poco tiempo sobre un colchón puesto en el suelo. Era tanto el aceite que había quedado en esa cama que ya para dormir no nos resultaba placentero.
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