Pasión, ternura y placer
La conocí en una discoteca de Madrid. Tenía 20 años y se llamaba Cristina. Su pelo era largo y moreno y sus ojos color miel. Su cuerpo, de infarto. Su provocativo escote mostraba dos grandes pechos y su minifalda la belleza de sus piernas. Todo ocurrió muy rápido. No habían pasado más de 20 minutos desde que nos conocimos y ya estábamos enrollándonos en uno de los asientos de la discoteca. Sentada sobre mis piernas, habíamos empezado a besarnos y acariciarnos. Pronto, según aumentaba la excitación, Cristina había comenzado a amasar mi paquete por encima del pantalón. Yo, que en esos momentos me encontraba besuqueando su cuello y acariciando su culo, lo tomé como una invitación. Metí mi mano por debajo de su falda, bajé un poquito el tanga, lo suficiente para poder tocar su coño con comodidad y comencé a estimularla con los dedos.
Ella respondió rápidamente. Su mano se metió por dentro de mis calzones y me pagó la misma moneda. Estaba muy cachondo. Me excitaba mucho notar como agitaba mi pene y acariciaba su punta con sus bonitos dedos. Pero aún me excitaba más notar el calor y la humedad de su rajita. Su minifalda me permitía mayor libertad de movimientos. Podía acariciar sus labios, frotar con lentos círculos su clítoris e incluso penetrarla un poco con mis dedos. Me ponía mucho estar rodeado de toda esa gente, hasta cierto punto ajena a lo bien que nos lo estábamos pasando, y también los suspiros y gemidos de Cristina, que yo solamente podía oír. Puesto que ya estaba a punto de correrme, y no quería hacérmelo en los pantalones, retiré su mano de entre mis piernas. Apenas un momento después pude notar como ella se estremecía entre mis brazos y gritaba de placer junto a mi oído. Seguro que la pareja de enfrente había podido intuir el orgasmo de Cristina, pues durante un rato se movió rítmica y agitadamente cerca de mí. Entre el sonido estridente de la música y con voz aún entrecortada me dijo que quería salir de allí y follarme varias veces. Por supuesto, acepté su invitación y salimos agarrados de la mano de esa discoteca.
Tras un pequeño viaje en coche, durante el que nos controlamos por el bien de la seguridad vial, y un momento mágico en el ascensor, del que salimos ya con casi todo desabrochado, llegamos a mi casa. Sin perder ni un momento y dejando la ropa por el camino, lo hicimos con ansia sobre la cama. Ella y yo solos, finalmente, con el suave tacto de las sábanas acariciando nuestra piel disfrutamos mucho más de lo que lo habíamos hecho minutos atrás en la discoteca. Su vagina tan húmeda y caliente como antes recibía ahora a mi duro pene. Me susurraba cosas al oído mientras sus manos recorrían mi cuerpo. La penetré con un rápido y constante movimiento, que acompañaba su agitada respiración. Finalmente, nos fundimos en un tenso y prolongado orgasmo.
Ansioso de saborearla, acaricié, besé, lamí todo su cuerpo. Me embriagaba el perfume de su piel, me encantaba rozar sus duros pezones con la punta de mi lengua. Al final, mis labios se posaron entre sus piernas, en ese sitio que tanto había gozado ya durante la última hora. Lamí sus labios, separándolos con mi lengua, besé la parte interior de sus piernas, succioné su clítoris que pronto había vuelto a asomar a mi encuentro, bebí de la dulce miel que ella me ofrecía. Cristina mordía su labio inferior, tratando de evitar sus incontenibles gemidos, sus manos se aferraban a las sábanas y su cuerpo se estremecía con súbitas sacudidas de placer. Tras unos minutos, ella rompió en un ruidoso orgasmo, gritando mi nombre, pidiéndome más.
Sus preciosos ojos, que tanto me habían llamado la atención antes de hablar con ella, y que ahora brillaban como el fuego, se habían fijado en mi polla, que volvía a recuperar su firmeza tras un merecido descanso. Me sonrió y, sin decir nada, comenzó a lamerla de abajo a arriba. Continuó chupándola, centrándose en la sensible punta, que ya estaba completamente lubricada. Me estaba proporcionando un placer como jamás había experimentado. Sus labios y su lengua recorrían toda su superficie mientras sus manos me acariciaban. Finalmente, llegué al clímax y el fruto de mi placer se derramó en su boca. Después, exhaustos, caímos rendidos, abrazados en un dulce sueño.
Con los ojos aún cerrados, noté como una mano acariciaba mi cabello. Un beso se estampó en mis labios. Que maravilloso despertar. Allí estaba Cristina, aún más radiante que ayer, sonriéndome. Me dijo que ya era hora de volver a su casa y me pidió permiso para darse una ducha antes de marchar. Se dirigió hacia el baño y cuando se hallaba en la puerta de la habitación, de pie y completamente desnuda, se dio la vuelta, me miró a los ojos y me dijo:
- ¿Qué pasa? Acaso no piensas venir.
Salí corriendo de mi cama y nos metimos los dos juntos en la ducha. Comenzamos a darnos gel uno a otro, por supuesto, prestando especial atención a las zonas erógenas. Las risas y los gemidos se confundían. Estaba preciosa con su pelo mojado pegado a su cara, su húmeda piel más brillante que nunca y con el agua formando gotitas sobre su cuerpo. Noté en su mirada que ella pensaba lo mismo de mí. No pude evitarlo más tiempo. Cogí sus manos y con mimo la hice apoyarse contra la pared. La abracé, la besé y pude oler el maravilloso perfume a menta que había dado el champú a su cabello. Luego, dirigí mi polla, que ya llevaba un buen rato apuntando hacia el techo, hacia su rajita y la penetré. Ella rodeó mi cuello con sus brazos y mi cintura con sus piernas y le hice el amor con ternura contra la pared, colgada de mi cuerpo. Era perfecto el roce de nuestras pieles, húmedas y frescas, el frío contacto de los azulejos, la caricia del agua tibia corriendo por nuestros cuerpos. Deseaba que ese sensual baile no acabara nunca. Y entonces el mayor placer llegó, todos los fluidos se fundieron en uno y nuestros gritos rompieron el monótono sonido del agua al caer.
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