Fantasía para hacerla realidad
Una tarde, mi esposo me dijo que nos íbamos a Madrid. Ponte las medias negras, sin bragas, el vestido negro de tirantes y los zapatos de tacón y pulsera. Le hice caso punto por punto. En el garaje, me rogó que abriera las piernas y me introdujo un vibrador que ronroneaba suavemente. Me colocó en los pezones dos pinzas metálicas, forradas en su extremo con un látex negro, y unidas por una cadena que debía sujetar entre mis dientes. Después me colocó el cinturón.
Durante el viaje, me mojé. Yo misma me excitaba tironeando suavemente de la cadena, lo que hacía que mis pezones se estiraran hacia arriba, incluso el derecho se salió del escote del vestido con su pequeña y punzante pinza alrededor. Mi marido me dijo que permaneciese muy quieta. Por supuesto, permanecí inmóvil. Mi pezón derecho sobresalía por un lado del fino tirante negro, con su cadena hasta mis dientes.
Pasamos la autovía. Estacionamos tras circular por Madrid: era el garaje de un hotel. Mi esposo metió el pezón en el vestido, y con él la cadena, tironeando mis pechos hacia abajo. Yo difícilmente podía andar con un vibrador de 25 cm. en la vagina. Me rogó que cruzara las manos por detrás, por lo cual debajo del raso negro se marcaban los pezones y una pista de las pinzas que los oprimían.
Subimos a la habitación 520. Allí había otro hombre. Me quedé de pie en el centro de la habitación mientras mi esposo, al parecer, cerraba un trato de dinero con él. Una vez se pusieron de acuerdo, mi marido enseñó minuciosamente su mercancía: yo. Me subió la falda. Entre mis piernas, bien encajado en la vagina, se podía ver la base del vibrador. Dándome la vuelta me abrió las nalgas, mostrando mi agujero posterior, e, invitándome a inclinarme un poco, metió su dedo corazón dándole la vuelta lentamente, a lo que yo respondí con un suspiro, entreabriendo la boca.
El desconocido se acercó. Bajó mi vestido, que quedó a mis pies. Sacó el vibrador del sitio donde había estado durante más de una hora, y, sentándome en la cama, le hizo una señal a mi esposo. Éste se sentó a mi lado. Con un brazo, rodeó mis hombros mientras jugueteó entre mis piernas, introduciendo, por fin, dos dedos masajeando mi vagina. Yo jadeaba y movía mis caderas a su ritmo, seguido por la cadena entre mis pezones que iba y venía provocándome un placer delirante. Cuando iba a alcanzar el orgasmo, y a desatar toda la tensión del momento, mi marido sacó su mano. Me quedé con las piernas abiertas, los pezones más erectos que nunca, la boca abierta con los labios hinchados, y por supuesto, a su merced. No podía hacer nada excepto dejar que unos pequeños estremecimientos recorrieran mi cadera, lo que aumentaba la sensación de vacío en mi vagina, volviendo mi cara, conejos suplicantes, piernas abiertas y coño chorreante al hombre dueño de ese instante.
El desconocido sacó su polla. Grande y roja y, tras tumbarme en la cama, subiendo mis rodillas casi hasta los hombros, la introdujo en mi coño, muy despacito, poco a poco, bajo la mirada curiosa de mi esposo. Yo intentaba aprisionarla, y mantener ese consuelo, pero él gozaba retirando su polla, y disfrutando con mi ansiedad y su poder sobre mí. Por fin embistió varias veces, regalándome un placer esperado, y cuando mi orgasmo iba a llegar, se retiró, me volvió bruscamente, e introdujo su gran pene por mi culo, mientras yo, con los pezones aprisionados por las pinzas le recibía tratando de darme placer con mis dedos. Mi esposo no me los consintió, tomó mis manos, las sujetó a mi espalda, hincando mi cara sobre la colcha.
Cuando el desconocido descargó en mi ano, me puso de rodillas, y mientras mi esposo le servía una copa, mi lengua fue recorriendo su polla, mientras la moqueta se grababa en mis piernas. De nuevo mi esposo me introdujo el vibrador, y aprovechando el agujero abierto y recién lubricado, me compensó con un pequeño consolador en mi culo. Me quitó las pinzas de los pezones, y las enganchó a un lado y a otro de mi coño: la cadena colgaba entre mis piernas. Me puso el vestido, lo de delante atrás, de modo que mis pechos quedaban partidos por los tirantes sobre las aureolas, sin cubrir apenas los pezones. Salimos de la habitación.
La cadena oscilaba bajo el borde del vestido. Los dos vibradores me recordaban lo que estaba necesitando hacía rato y que por lo visto, tardaría en llegar, y yo contraía secreta y rítmicamente mi vientre buscando coronar ese placer.
En el ascensor, el mismo botones que nos había acompañado al subir, tomó buena nota del cambio de mi vestuario. Mi esposo retirando uno de mis tirantes, le permitió tocar mis pechos, donde los rojos pezones señalaban su cara. El chico gozó con sus manos en mis tetas. Tuvo una gran y notable erección que mi marido, parando el ascensor y poniéndome en cuclillas, alivió metiendo esa polla, casi adolescente, en mi boca, mientras el chico seguía con sus manos en mis pechos. Cuando descargó, mi esposo no permitió que me limpiara aquella leche que se me escurrió por la barbilla hasta mi amplio escote.
Así, con los pechos fuera, cruzados por finos tirantes negros, la cadena sujeta a mi coño y sobresaliendo entre el vestido y unos finos zapatos de tacón con pulsera alrededor del tobillo, la cara y el cuello escurriendo semen, las manos atrás, sobre mi culo sin bragas, pero vibrante por estar ambos orificios obturados por sendos vibradores, pasamos por recepción, en donde mi esposo repartió unas pequeñas tarjetas doradas que decían Ella es muy caliente. Vendo uno de sus orgasmos. Yo la prepararé personalmente para Vd.. Pruébela. Será único.
De vez en cuando, mi esposo dice: Nos vamos a Madrid. Y yo sé que me espera una noche de excitación y de posponer mi parte de placer, hasta que mi boca, mi coño y mi culo estén llenos de la leche de otro hombre que ha pagado a mi marido para llenarme previamente.
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