Una japonesa casada muy perversa relato de sexo

Autor: anonimo55069 | 19-Oct

Heterosexuales

Hice una estancia de dos meses en España y ahí tuve algunas buenas experiencias sexuales, pero quiero contar hoy una en particular que viví con una japonesa. Esta me gusta, en particular, porque de algún modo transgredí algo prohibido y fue muy satisfactorio.

A los pocos días de haber llegado me fijé que existía esta persona y me llamó mucho la atención. Se veía pequeña pero no por su estatura, la cual es promedio, sino por su fisonomía. Delgada, con ademanes tímidos y muy delicados y suaves. Su cara redonda era muy limpia, sus ojos rasgados y su nariz pequeña, además de lo blanco de su piel, hacían resaltar sus labios pequeños pero carnosos. Pero lo que más me llamó la atención, fue su porte y la ropa que usaba, además de su cabello negro. Esa vez llevaba un vestido ligero, apenas arriba de la rodilla, unas zapatillas blancas de tacón alto y sus lindas piernas estaban vestidas con unas medias que parecían etéreas, no exagero, en su piel blanca tenían esa dulce apariencia. Por supuesto que no tenía mucho busto ni mucha cadera, pero el torso era corto, sus brazos largos y abajo de la cintura, en donde el vestido ayudaba con su caída a descubrir, un par de hermosas nalgas que me prendaron. Para no parecer muy obvio no la seguí cuando partió acompañada de sus compañeros, pero desde ese momento me empecé a fijar en dónde podía encontrármela e intentar un acercamiento. Así pasaron unos pocos días, en donde fui encontrando los lugares del edificio en donde pasaba más tiempo. Siempre la ví usando vestidos, zapatos de tacón alto y medias, cosa que incrementaba mi necesidad de acercarme a ella.

Por fin, un día coincidimos en una actividad y aproveché para acercarme pues teníamos que trabajar en parejas y me moví de tal forma que tuvo que aceptarme como su compañero. Fue difícil al principio trabajar, pues yo no podía concentrarme en ello cuando tenía que estar concentrado en no ser obvio cada vez que le miraba con deseo alguna parte de su cuerpo, lo cual sucedía todo el tiempo. Todo iba saliendo bien, del trabajo porque de lo otro me resultaba una misión imposible, casi no me hablaba, hacía sólo lo que le decía y total, como que me tenía miedo, pero al final tuve mi oportunidad. Nos dejaron una tarea final que evaluaba todo lo del minicurso que llevamos y que se relacionaba con lo que habíamos trabajado en equipo. Noté que ella se veía preocupada y, por supuesto, me ofrecí a ayudarla en lo que necesitara. Y llegó mi oportunidad. Aceptó mi ayuda resignada y yo, con mailicia, le dije que no iba a tener tiempo hasta que empezara a anochecer. Sólo utilicé ese tiempo para planear bien la reunión.

A la hora y lugar pactados llegué puntual y ella llegó a los pocos minutos. Se veía hermosa. Afortunadamente, sin darme cuenta cuando le propuse la hora, la biblioteca estaba cerrada así que le propuse que fueramos a mi edificio en donde hay una salita puesta para trabajar. Después de negociar un rato y refutar sus opciones alternas la convencí de ir. Por supuesto fui a mi cuarto llegando y saqué una botellita de vino y dos vasos. Ella me miró raro y me rechazó el vaso. Con paciencia interna me propuse trabajar bien para darle confianza. Estuvimos un rato trabajando arduamente hasta que al final salió su tarea. Entonces volví a atacar y esta vez sí me aceptó el vino. Estuvimos platicando y entre las cosas que me contó fue que estaba casada. Nunca lo hubiera mencionado, me encantan las mujeres casadas, es una perversión sicológica que traigo y por supuesto, me hizo enfocarme más en mi meta. Cuando se acabó el vaso ya se encontraba bastante ebria. Era una mujer completamente diferente, sus delicados movimientos se convirtieron en torpes sarandeos acompañados de frecuentes risas. No importaba, igual estaba hermosa y además casada. Intentó levantarse y no pudo, cayéndose sobre el sillón, pero insistía que tenía que irse ya, que era su obligación y se empeñó en eso. Yo aproveché para darle más vino, el cual rechazó, pero tomé el vaso y se lo acercaba a su boca empujando el vino que se veía obligada a tomar. Me sorprendió lo ebria que se puso con tan poco alcohol, pero no me aguanté más ya que, mientras le empujaba el vaso, tuve ocasión de ponerme casi sobre ella y apoyarme en sus muslos, acariciándolos un poco, así que en una de esas me le fui sobre la boca, sorprendiéndola metiendo mi lengua en lugar del vino. La verdad es que estaba muy excitado y, en esa posición, la seguí besando y acariciando sus piernas y sus caderas y su abdomen, mientras le besaba el cuello y la cara y el escote. Ella me decía que no todo el tiempo pero me dejaba hacer sin oponer resistencia así que no me detuve. Me atreví a meter mi mano entre sus muslos. Fue riquísimo sentir el calor que había ahí, así como la suavidad de sus medias. Como me dio miedo que nos encontrara alguien así le dije que fueramos a mi cuarto. Por supuesto ella seguía con lo mismo, no, no, no...pero cuando la levanté casi cargando no puso resistencia. La dejé caer en mi cama de la cual intentó incorporarse pero me le fui encima otra vez, con delicadeza la fui acostando de nuevo y comencé de nuevo a disfrutar de su cuerpo todavía vestido. En ese momento me acordé de la cámara, pues quería unas fotos de ella así.

Primero me desnudé con rapidez, después me puse entre sus piernas y comencé a levantarle el vestido y acariciarla entre las piernas. Ella sólo ponía una cara fruncida, apretando los ojos y la boca pero no decía nada. Estaba atontada por el vino. Poco a poco la fui desnudando. Para entonces yo no supe si ya estaba dormida o sólo estaba con los ojos cerrados de borracha. Le abrí las piernas y le lamí y metí la lengua en toda su vagina. Su sabor era exquisito. Su pubis estaba ligeramente poblado con vellos delgados. La lamí y la manosié toda. Por todo su cuerpo metí mi lengua y mis manos. Sus pezones eran pequeños y rosados. Chicos pero hermosos. Finalmente, cámara en mano, decidí penetrarla. De vez en cuando escuchaba un gemidito proveniente de su boca. Como no quise embarazarla, cuando estuve listo le eché mi fluido sobre su cara y pecho. Untándoselo por la piel con mi mano. Las gotitas que me quedaron las limpié en su vello púbico. Después la metí bajo las cobijas y me quedé dormido a su lado, abrazándola.

Me despertó el movimiento violento que hizo al despertar a las pocas horas. Estaba apenadísima y, si no es porque estaba todavía desnuda, hubiera salido corriendo. Traté de calmarla infructuosamente hasta que le enseñé las fotos. Con eso se quedó congelada. Le dije que se calmara y que volviera a la cama pues quería dormir con ella. Por fin, una de mis anheladas fantasías se hacía realidad, quiero decir, el tener el control absoluto sobre una mujer por medio del chantaje. Comprendió y se volvió sumisa, tanto, que me permitió volver a tomarla bajo las sábanas y recibió quieta mi semen sobre su vientre. Así amanecimos juntos. Le dije que podía irse pero que quería volver a verla en la noche. Me quedé, bajo protesta de ella, con su calzón pequeño de algodón.

A partir de ese momento ella pasó a ser de mi propiedad, como un perrito sumiso del que podía disponer a mi antojo. Le prometí discreción si en la noche regresaba. Durante el día la ignoraría pero en la noche la quería abrazándome con sus piernas. En realidad no la dejé tranquila, aunque si fui muy discreto. Por el medio día me la encontré saliendo de los baños. Me fijé que no hubiera nadie alrededor con una mirada rápida y fui por ella. La jalé a un rincón cubierto tras la pared. Nadie podría vernos si pasaba y además podía escuchar los pasos de alguien si se acercaba. Ella estaba sorprendida y asustada. Le dije que guardara silencio mientras le levantaba el vestido. La puse de espaldas a mi, contra la pared y le bajé sus medias y sus sexys pantaletas. Ella no dejaba de poner cara de sorpresa pero fui muy rápido, apenas reaccionó cuando ya se la estaba metiendo. Yo estaba muy caliente y de repente quise terminar, así que apenas me dio tiempo de sacárselo cuando expulsé mi semen que dirigí entre sus piernas y su ropa interior. Cuando me retiré complacido ella se subió rápidamente su ropa para correr a limpiarse al baño, pero me salió lo perverso. Le prohibí limpiarse y le dije que en la noche iba a revisar si me había obedecido, de lo contrario, publicaría sus fotos. No dijo nada, desesperada se fue en dirección contraria huyendo de mi y llevando mi esperma húmedo entre sus piernas y pegado a sus pantys y sus medias.

En la noche tocó a mi puerta cuando pensé que ya no lo haría. La hice entrar y la empujé a la cama. Cayó de frente e inmediatamente le levanté el vestido y abrí sus piernas para ver si me había obedecido. En efecto sus medias estaban manchadas con el semen seco de mi miembro. Complacido la dejé acomodarse mientras me sacaba yo mismo el miembro para que me lo chupara. Me rechazó pero la obligué a metérselo a la boca. Como ella no cooperaba mucho empecé a empujarlo para que se lo tragara hasta que empezó a toser como con ganas de vomitar por ahogo. Entonces le volví a decir de las fotos y así fue como cooperó. Su pequeña boca estaba atascada de mi miembro y sus carnosos labios sobresalían deliciosamente. Esa noche la cogí a mi antojo. Aún vestida le volví a bajar las medias y sus pantys y se la metí de pie, ella apoyada sobre el escritorio frente a la ventana. Le quité medias, pantys y zapatos y la senté en el escritorio. Piernas sobre los hombros la volví a ensartar. Ahí le quité el vestido y la llevé a la cama

La monté de a perrito, de frente, con sus piernas sobre mis hombros y con las piernas empujadas sobre su pecho, la hice levantarse y levantar una pierna apoyada sobre el asiento de la silla, en fin. Al final no quise atormentarla más así que eyaculé sobre sus nalgas. La dejé ir a su habitación esa noche.

Al tercer día de esto un compañero italiano me hizo un comentario respecto a que estaba guapa la japonesita. Le confesé que me la estaba tirando y luego solté el comentario que si no le gustaría probarla. Al principio me tomó a broma pero al final lo convencí de que era en serio. Le dije que yo tenía que arreglarlo y quedamos en que él estaría en mi cuarto y ella llegaría a complacerlo. Esa noche pasó lo de siempre, ella llegó, la gocé a mi antojo y después le dije que tenía que complacer a este italiano. Cuando se negó, me fui sobre ella, le abrí las piernas y la volví a penetrar para demostrarle que era mía y que no podía desobedecerme. Fui muy enfático y terminó por aceptar.

La siguiente noche quedó todo arreglado, el italiano llegó puntual y ella también. Le advertí a la japonesita que tenía que lograr ser cogida por el italiano y convencerlo por si éste al verla se ponía a platicar y no se animaba al final, pues ella se ve muy frágil y tímida. Dejé que entrara sola y corrí afuera del edificio para ver por la ventana, me tocó planta baja así que podìa ver desde el jardín. Lo que ví me gustó. Cuando me asomé, ella estaba de pie, frente a él y ya se estaba desnudando. El italiano, bien entendido, la llevó a la cama y le hizo lo que se le ocurrió. Cuando terminó, se arreglaron y salieron juntos. Los intercepté y agarré a mi japonesa mientras despedía al italiano que nos daba las gracias. Lo que vi me excitó muchísimo así que me la llevé a mi cuarto, estaba tan cachondo con mi japonesita putita que se me ocurrió amarrarla de las manos por el frente y vendarle los ojos. Así jugué con ella, le metí la mano, la penetré con los dedos, a veces sólo me retiraba y la contemplaba mientras notaba que ella intentaba ubicarme. Decidí amarrarla a la silla de pies y manos. La acaricié a discresión. Tomé unas tijeras y le abrí un hoyo en las pantimedias a la altura de su vagina. Le lamí su vagina sobre su calzón hasta humedecerlo por completo. Empecé a notarla más excitada, mostraba más placer que lo normal, entonces comprendí que le gustaba lo de ser amarrada y tal vez lo de sentirse amenazada con un objeto cortante. Decidí entonces abrir otro agujero similar en sus pantys y le metí la lengua y los dedos. Le pasé el filo de las tijeras por el cuello y el pecho y ella empezó a resoplar. Por primera vez notaba alguna emoción de placer en ella. Se me ocurrió, al ver la botella de vino sobre la mesa, darle un trago yo y pasarle el vino con mi boca para que se lo tomara. Con sorpresa y excitación ella me recibió el vino, que se derramó un poco por las mejillas. Incluso su lengua cobró vida, envolviendo la mía y buscando más. Le di gusto y le sumí la lengua con otro trago de vino. Qué rico me besaba, su lengua en mi boca peleando con la mía. Le bajé entonces el filo por el escote hasta el hundimiento de sus senos, su respiración se aceleró pero la contuvo, corté su sostén por el frente y, sorprendentemente, fue como un éxtasis para ella. en ese momento corté los amarres de los tobillos y con un poco de dificultad levanté sus piernas y la penetré de un golpe. Empezó a gemir, por fin la escuchaba excitada de verdad. Creo que logró terminar pues de repente los gemidos se hicieron un solo gemido contenido y apagado, extenso. Cuando yo estuve listo, me fui sobre su cara, hice para atrás su cabeza y metí mi miembro en su boca en donde expulsé mi semen. No podía creer lo que veía, se lo estaba tragando, recibiendo humildemente y con lujuria mi semen. Después la desaté de la silla pero no le quité la venda. Le quité el vestido y el sostén, dejándola con sus medias y pantys agujereadas y sus zapatos de tacón puestos. Le amarré los brazos a la espalda y la puse contra la ventana abierta, con la luz apagada, y la volví a penetrar así, sobre el escritorio, con el viento de la ventana entrando enfriando su cuerpo semidesnudo. Finalmente la desaté y me abrazó por primera vez, le quité la venda mientras nos besábamos mezclando nuestras salivas.

La llevé a la cama, con todo y zapatos y nos quedamos dormidos, abrazados mientras le metía los dedos por el agujero. A la mañana siguiente se levantó temprano, se duchó y cuando estaba a punto de abrir la puerta, la tomé del cuello y se la metí de nuevo por el agujero inmovilizándole un brazo. Le dije que sólo tenía permiso de cambiarse el vestido pero no lo demás, que quería que estuviera todo el día con las medias y las pantys agujereadas. Para complacerla, bueno, eso pensé, tomé un listón y le amarrlé dos dedos de la mano izquierda. Ella sonrió y se fue así.

A la tarde la busqué y comprobé que me había obedecido. Esa noche me armé de los artilugios necesarios. Fui más allá, bajo su pedido, y la nalguié con fuerza y le mordí los pezones. Le jalé el pelo cuando la monté de a perrito. Creo que terminó más de una vez. Y durante los siguiente siete días, hasta que partió, gozamos de un sexo salvaje, violento y delicioso. Por supuesto no la he contactado ni ella a mí. Pero me quedé con sus calzoncitos de algodón, son su sotén cortado y con sus medias y pantis agujereadas. Ella se llevó el cordón con que le amarré los dedos y un par de prendas sucias con mi semen.

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