Así perdí mi virginidad
Hola, mi nombre es Gabriela, soy de Argentina, tengo 32 años y les contaré la experiencia más intensa de mi vida. Cuando tenía 18 años, era una chica muy tímida, inhibida, nunca había follado con nadie, aunque ya estaba espectacularmente desarrollada en el aspecto físico, por supuesto. Desde jovencita mis padres siempre me habían mandado a campamentos. Por eso, aún a mis 18 años, mantenía el gusto por el camping. Decidimos con una amiga salir hacia el interior del país sin rumbo fijo y recalamos en un lugar especialmente habilitado para acampar, de importantes dimensiones, frondosos pinares pero prácticamente despoblado. El lugar nos maravilló a ambas y a pesar de que había poco gente, decidimos quedarnos.
Transcurrimos una semana ahí, tomando el sol en una fabulosa piscina que reunía a los pocos habitantes del lugar. No pude evitar reparar en la mirada lasciva que me dirigía el guardavidas de la piscina. Posaba sus inmensos ojos en mis piernas bien contorneadas y en mis pechos turgentes y grandes, que aunque escondidos dejaban traslucir todo su esplendor. Juan era un muchacho fornido, con un físico espectacular, esculpido, con músculos poderosos, bronceado por el sol, ojos llamativamente verdes, casi transparentes y una sonrisa para derretir a cualquier mujer. A pesar de mi timidez, era imposible dejar de mirarlo, de modo que un par de veces logré que mi mirada coincidiera con la suya.
Una tarde decidimos con mi amiga ir al pueblo a pasear y a comprar provisiones. Ella conoció allí a un chico bastante agradable que la invitó a pasear "a solas". Entendí el mensaje. Yo, con mi timidez a cuestas, no logré congeniar con ninguno de sus amigos, por lo que me volví al camping sola, en el auto. La noche estaba cerrándose y la oscuridad me ponía nerviosa. No podía dormir, mi amiga parecía no volver, cosa que me preocupaba y los ruidos de la noche eran cada vez más inquietantes. Finalmente, el ajetreo del día me venció y al poco tiempo caí en los brazos de Morfeo. Sumida en un sueño profundo sentí un cosquilleo que no pude identificar. Pensando que era una pesadilla, bastante placentera por cierto, algo me dijo que debía despertarme. Al abrir los ojos pude distinguir en la oscuridad dos siluetas, una a cada lado de mi cuerpo casi desnudo. Aturdida pregunté: ¿Qué pasa? A continuación, y en un instante, uno de ellos me tapó la boca con una de sus potentes manos. Estaba aterrada, casi inmóvil. Una voz masculina me dijo: no grites, o tendremos que amordazarte, ¿Prometes quedarte callada? Dije que si y la mano salió de mi boca.
Le pregunté que deseaba a lo que me contestó: He visto como me mirabas en la piscina... ¿Te gustaría que te acariciara? Ante la pregunta y la situación no dije ni si ni no. Pero la silueta se encargó de responder a la pregunta que yo no había contestado: yo creo que si, el que calla otorga. Acto seguido ordenó a la otra silueta que me atara las manos por encima de la cabeza. Empecé a gritar, a patalear, a luchar contra aquellos brazos que me triplicaban en fuerza. Una de las siluetas me abofeteo. Quedé aturdida. Se me ordenó que no hablara, que gritar sería inútil, los únicos seres vivientes que nos rodeaban eran los árboles y las alimañas. Se me advirtió que cualquier ruido que saliera de mi ser sería castigado con un bofetón y si las cosas se salían de curso con la mordaza.
Juan empezó a pasar su dedo índice por mis pezones, primero muy lentamente y luego con movimientos circulares. Y me preguntó: ¿Te gusta? No me gustaba la forma brutal con la que me habían avanzado pero de hecho su juego estaba empezando a gustarme y mi propia reacción a asustarme. Mis pezones estaban poniéndose rígidos. Me estaban delatando. Luego empezó a jugar descaradamente con ellos, los apretaba, los estrujaba, los pellizcaba, tanto era su juego que estaba empezando a mojarme. Trataba de no prestarle atención, pero sus juegos eran tan placenteros que no podía evitar sentirlos. Estuve ahogando pequeños grititos de placer... a cada jugueteo de sus dedos en mis tetas empezaba a retorcerme, a moverme. Mientras, el otro chico, solo miraba y se tocaba. Uy, dijo Juan, veo que te gusta, no me he equivocado... ¿Quieres que siga? No sabia que responder. Era una tortura lo que me estaban haciendo, pero también pensé que sería una tortura dejarme ahí toda mojada. Tímidamente asentí con la cabeza. Juan dijo: ¿Así que sos una putita barata? Ya veras el tratamiento que damos a perras calentonas como vos. Hasta ese momento me había tocado por encima de la remerita del pijama. Me la levantó, sacó un cuchillo, y casi sin darme cuenta rompió con él la remerita. El otro seguía masajeándose... Dejó el cuchillo a un lado y empezó a recorrer mis pezones con la punta de la lengua.
Empecé a gemir cada vez con mas fuerza, a veces resistiéndome, otras entregándome. Así, conseguí que el otro me pusiera la mordaza. Estar atada, con la mordaza y viéndome acosada por dos hombres me excitó muchísimo más. Ya no podía resistirme. Juan continuaba con mis pezones, eran su obsesión, y también la mía. De repente empezó a morder uno de ellos mientras que el otro ya estaba en manos del otro tipo que no podía estarse sin tocarme. Ambos estaban mordiéndome los pezones, a veces muy suavemente, otras, con fiereza. Se excitaban cada vez mas, escuchaba sus jadeos y su respiración entrecortada. En el mismo estado estaba yo, casi a punto de explotar. Sin embargo, y a pesar de que era obvio de que estaba completamente a su merced no podía sentir sus cuerpos, ni sus pollas. Solo sentía sus bocas o sus manos. Esto me volvía loca, me hacia desearlos aún más. Ansiaba tocarlos, pero no me dejaban.
Su lejanía acrecentaba aún más mi calentura. Mientras Juan seguía con mis tetas, llenas de saliva, el otro tipo me sacó la bikini con tal violencia que pude sentir las gomas de las tiras en mi carne. Empezó a besar mi clítoris con su lengua, primero muy despacio y con tanta suavidad que me estremeció hasta lo mas profundo de mi ser. Después los movimientos se hicieron cada vez más rápidos, más profundos, más violentos. Sentía su aliento calentísimo, su lengua inquieta, sus movimientos cada vez más rápidos, cada vez más, y más rápidos. Ya no podía soportarlo, estaba a punto de acabar. El tipo se dio cuenta y me dijo: no puta, vas a acabar cuando nosotros queramos, te damos placer, pero vos también tenés que darnos placer a nosotros. En ese momento, Juan me ordenó que me pusiera en cuatro patas por encima del otro tipo. Este empezó a chuparme las tetas. Juan me sacó la mordaza y dijo: ahora vas chuparme la polla hasta que yo te diga. Así estuve un rato, chupando desesperadamente esa fuente inmensa de placer que me estaban negando. Necesitaba imperiosamente tener alguna de sus pollas dentro de mi, ya no me interesaba si la de Juan o la del otro tipo. Ya no me importaba nada, solo quería acabar, necesitaba acabar. El otro tipo, pasó su lengua por todo mi estomago, hasta nuevamente llegar a mi sexo, que estaba completamente mojado, palpitante y muy deseoso. Juan se apartó y me dijo: ahora voy a mirar sus movimientos, me excita esto de follar en la oscuridad.
El otro seguía dándole a mi clítoris con su lengua, pasando sus dientes por el, absorbiendo todos mis jugos, siempre dejándome al límite del orgasmo, cuando, de repente, me ordenó que me quedara en cuatro patas. Así quedé durante algunos minutos. Sentía a mis espaldas un sonido como que estaban refregando algo pero no lograba identificar que era. Al poco tiempo, el otro tipo me dice: esto va a dolerte, pero así es como me gusta hacerlo, y como sos una pequeña puta también va a gustarte a vos. No me importaba perder mi virginidad.
Me chupó el agujero del culo, puso un liquido aceitoso en él y me penetró con fiereza, tan violentamente que sentía que mis tripas se iban a escapar. Empecé a llorar, me caían las lagrimas, pero en algún momento el dolor se convirtió en tan intenso placer que los gemidos terminaron siendo ruidos guturales ahogados por la mordaza, que la habían vuelto a poner, pero que delataban mi excitación.. Su polla era una ametralladora insaciable, bastante grande, tan dura como la piedra más dura, que generaba tanto dolor y placer que me estaba desmoronando. Sentía golpear sus huevos en mi culo, yo me contorneaba, lo acompañaba para que la penetración fuera lo mas profunda posible.
El, además, me apretaba las tetas con sus manos. Juan se cansó de mirar y de escuchar mis jadeos ahogados, me sacó la mordaza y puso intempestivamente su polla en mi boca. Chupé la punta de su polla con mi lengua, luego recorrí con ella toda su extensión y suavidad, bajé hasta sus huevos, les pasé la lengua, los abracé con mis labios y los llené de saliva. Por último el introdujo su polla por completo en mi boca, la recorrí dentro de ella con mi lengua, envolviéndola con mi saliva caliente, haciendo presión en su punta, recorriendo sus pliegues. Yo estaba tan caliente, habían logrado calentarme tanto que necesitaba más.
Quería a Juan en mi coño, que me penetraran los dos a la vez. Otra vez no me importaba ser virgen, clamaba por dejar de serlo en ese mismo instante, mientras más rápido mejor. Parece que Juan se dio cuenta ya que hizo que me acostara encima de él, boca abajo y con las piernas abiertas, mientras el otro no dejaba de bombear con alevosía mi culo dolorido pero aún sediento de placer. Juan me serruchó violentamente, sin piedad, como yo estaba esperando. Su polla era como la del otro tipo, potente, incansable, llenaba todo el espacio disponible, generándome entre los dos bombeos tanto placer que perdí completamente el sentido del tiempo y del espacio. Rasgó mi himen sádicamente, la sangre y mis fluidos comenzaron a cubrir su polla. Mi virginidad pareció sorprenderlo y excitarlo aún más, pues sus arremetidas se volvieron implacables, más profundas y violentas que las anteriores. Yo no podía parar de gemir, de retorcerme.
Casi no podía respirar. Estaban taladrándome violentamente entre dos. Ya no podía aguantar mas, estaba a punto de explotar, ya estaba por acabar. Cuando mis gemidos se convirtieron en gritos de placer inusitado, ambos bombearon aún con mas fuerza, haciéndome llegar al éxtasis, provocándome varios orgasmos, cada cual más profundo que el anterior. El tipo que me estaba penetrando por detrás no me soltó hasta que hubo terminado, con la respiración entrecortada aún después de haber eyaculado. Juan terminó en mi boca. Chupé esa leche como pude, ya que estaba sin fuerzas. Quedé exhausta, ellos me desataron las manos y se fueron enseguida. Al otro día, ya volviendo para casa y revisando mis cosas, encontré un papelito donde Juan había anotado su numero de teléfono. Después de 14 años, Juan sigue dándome placer de vez en cuando, pero nunca quiso decirme quien era ese otro tipo a quien nunca antes había visto.
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