Vicio explosivo
Somos un matrimonio que durante mucho tiempo hemos deseado poner un contacto para contactar con alguna chica. Lo pensamos mucho, ya que, aunque somos jóvenes y llevamos una vida bastante alegre y entretenida, pertenecemos a unas familias de conducta estricta y conservadora. Yo me llamo Raquel y tengo 25 años. Mi marido Julián, tiene 32. Nos llevamos muy bien, convivimos sin peleas y sin reproches. Pero nos faltaba alguna experiencia excitante para sentirnos plenamente satisfechos. A mi siempre me han gustado las mujeres, y a mi marido no le disgusta disfrutar de dos a la vez. Por lo tanto, decidimos buscar una compañera para nuestras noches de alcoba. Pusimos un contacto en soloadultos.net y al poco tiempo recibimos varios emails. Seleccionamos entre todas y nos llamo la atención una chica, que además de adjuntar su teléfono, era guapa y tenía muy buen cuerpo. Además fue de las únicas que nos escribió y su contenido era altamente erótico.
La llamamos al teléfono que nos indicaba y dentro del horario establecido, pudimos hablar con ella. Se llamaba Ana y vivía al otro lado de la ciudad. Esto nos gustó, ya que no existía la posibilidad de que nos conociera. Quedamos para vernos el jueves próximo por la noche. Primero debíamos acudir a una aburrida reunión familiar.
Llegamos a casa sobre las once de la noche. Mi marido se puso cómodo con unos tejanos y una camiseta negra, pero yo, no tuve tiempo y me quedé con el vestido negro que llevaba puesto. A las once y media aproximadamente llamaron al timbre y la chica de servicio que tenemos abrió la puerta. La esperamos en el comedor. Cuando la vi aparecer, me llevé un buen susto. Parecía una tigresa. Una de esas mujeres que aparecen en las películas de jóvenes con motos y que son terriblemente alocados. Mi marido me miró y se aguantó la risa, Yo la hice sentar y charlamos unos minutos de cosas intrascendentes.
Ana era más guapa al natural que en fotografía y como ya habíamos detectado no se expresaba nada mal. No acababa de gustarnos pero tampoco nos desagradaba del todo. Mi marido se marchó al baño y yo, disculpándome le seguí un momento. Sabía que quería hablar conmigo en privado y así lo hicimos.
- No está mal físicamente y puede ser que sea un cambio agradable - me dijo muy decidido a probarla - ¿A ti que te ha parecido?.
- No lo sé - le contesté con sinceridad - Pero ya que está aquí y a ti te gusta, adelante. Pero desde luego, no es como yo la esperaba.
No dije nada más, estaba claro que a Julián le gustaba mucho, supongo que por esas grandes tetas que se le dibujaban por debajo de la chaqueta tejana. Volvimos al comedor y mi marido se sentó en el sofá. Yo me puse a su lado y entonces le bajé la cremallera del pantalón, sacándole la polla fuera, y se la fui pelando lentamente mientras él se los bajaba hasta las rodillas. Enseguida se le puso tiesa y mirándonos parecía estar excitándose. Entonces la llamé y le dije:
- Acércate. Ponte a mi lado y ayúdame a calentar a mi marido.
Ella se acercó, pero en vez de tocar a Julián, se me acercó y me levantó las faldas para sacarme las bragas y dejar al aire mi coño.
- Tu marido se excitará más si puede penetrarte el coño y siente la presión de tus labios sobre la piel de su polla.
No era una mala idea, así que me senté sobre él, con la espalda pegada su pecho. Me apunto el capullo en la entrada de mi coño, y me dejé caer hasta clavármela de un solo golpe. Mientras tanto, Julián me masturbaba y poco a poco me venía el placer. Ana estaba a nuestro lado, pero todavía no hacía nada con nosotros, se limitaba a mirar y a terminar de desnudarnos. Entonces ella misma se sacó sus bragas y poniéndose al lado de mi marido, le condujo la mano que le quedaba libre hasta su chocho. Julián, empezó a tocárselo con habilidad y ella le entregaba su lengua para que la besase. Gemían a mis espaldas y suspiraban de placer y eso hizo que me pusiera tan caliente que no pude evitar mi primer orgasmo. Me bajé de la polla de mi marido, dejándola libre para que Ana, se la metiera en la boca y se la chupase ávidamente sin importarle que allí había depositado todos mis jugos.
Tal y como ya os he contado, a mi siempre me han atraído un poco las mujeres, y verla mamándole la polla a mi marido, me puso tan caliente, que decidí hacerla disfrutar a ella. Me acerqué y le abrí las piernas de par en par hasta dejar al aire su lindo chochito en el cual introduje dos de mis dedos, hundiéndolos y sancándolos continuamente hasta hacerla gritar de placer. Entonces introduje mi lengua entre los labios de su coño le aprisioné el clítoris con mis dientes, haciéndola orgasmar como una cerda. Se retorció y gimió de tal forma, que creí que se iba a enterar todo el barrio. Estábamos tan excitadas, que habíamos dejado olvidado a mi marido. Me puse de rodillas sobre el sofá y le pedí a gritos que me follara otra vez. Julián volvía a tener la polla dura como un palo, se me acercó con Ana al lado y mientras ella me abría las nalgas y dejaba el agujero de mi culo al aire, Julián se iba preparando la polla para introducírmela salvajemente. Sentí que me rompía por dentro, pero me aguanté. Ana se puso debajo de mi vientre y hundió su cabeza en mi entrepierna y empezó a comerme el coño.
Me estaba dando un gusto brutal. Mientras Julián me estaba enculando como un bestia, en busca de su propio placer, y hundiendo, al mismo tiempo, sus dedos en el coño de Ana que a cada gemido me mordía el clítoris haciéndome sentir uno de los mayores placeres que yo haya tenido jamás. Me corrí un sinfín de veces y por fin recibí la descarga de la leche de mi marido en mi interior, suavizándome las paredes anales hasta dejarme como nueva. Ana seguía inquieta y entonces yo, que ya había recibido buena parte del placer que necesito, le cedí a mi marido. La tumbé boca arriba en el sofá y le abrí las piernas. Le comí y masturbé el coño y mientras se la iba levantando a mi marido que después de haberse corrido había perdido un poco de fuerza. Por eso duró poco porque nada más ver las grandes tetas de Ana se puso rígido como un palo de hierro. Se las agarró, acarició, chupó y comió largo rato mientras yo la seguía masturbando y cuando parecía que ella no podía aguantar más entonces le pedí a Julián que se la clavara. Lo hizo de un solo golpe. Con habilidad. Y así, con la primera clavada, Ana se corrió con desesperación. Pero Julián, agarrado a sus tetas, seguía follándola y follándola, parecía no querer dejar de hacerlo nunca y casi sentí un poco de celos, pero me aguanté y les ayudé a tener sus respectivos placeres al unísono. Aquello parecía un terremoto. Se destrozaban y retorcían como si estuvieran poseídos. Quedaron derrotados, uno en brazos del otro, sin atreverse a respirar. Yo me fui al baño mientras ellos se reponían, me di una tonificante ducha que me relajó tanto por dentro como por fuera. Y entonces ellos me siguieron y nos duchamos juntos.
Estábamos enjabonándonos cuando mi marido, cogió el gel y se puso a limpiarme el chocho con la mano. A cada pasada me hacía dar un brinco. Tenía el coño tan excitado que con solo rozarlo me hacia temblar como si me estuviera corriendo. Ana viendo lo que hacía lo imitó y agarrando el gel se llenó las manos de espuma y agarró la polla de Julián comenzando a pelársela. Se le puso tiesa en un momento. Cuando vi todo aquello, cogí gel con la mano y me dediqué al chocho de Ana. Volvíamos a estar excitados y no perdimos la oportunidad de volver a darnos gusto. Con tanto fregado nos habíamos puesto a cien. Entonces Julián me hizo girar y apoye mis manos en la bañera para dejar libre el paso de su polla que se introdujo en mi coño, adaptándose a él como un guante. Me folló y folló, mientras Ana le agarraba y le lamía los cojones. Volví a correrme con desesperación. Quedaban ellos dos y mi marido tenía el rabo tieso y reluciente. Les dije que follaran y que yo no podía más. Salí de la bañera.
Mientras me secaba los veía meterse mano, besarse y acariciarse hasta que Julián se sentó en el suelo de la bañera y Ana de cara a él y con cada una de sus rodillas clavándose en sus caderas se la metió de nuevo. Yo veía como entraba y salía de su coño. Sus ojos se le ponían en blanco. Como un estallido, los oí gritar tanto que gire la cabeza para ver si les ocurría algo. Al cabo de un rato, una vez secos y vestidos, Ana tuvo que marcharse. La despedimos y quedamos que volveríamos a vernos. Seguro que la llamaremos de nuevo. En esta ocasión las apariencias nos engañaron.
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