Cita con retraso

Autor: Anónimo | 23-Apr

Infidelidades
Me casé con 23 por lo que ahora tengo ya los 53. Y en la actualidad, aún a nuestra edad, seguimos leyendo revistas porno y calentándonos con ellas. Bueno la que realmente se calienta soy yo pues mi pobre marido empieza a tener dificultad para que se le levante. También tengo que decir que mi marido hace varios años que me aburre. Pero creo que me adelanto, así que voy a centrarme a lo que quiero contarte. Me llamo Berta, tengo 53 años, estoy casada y soy madre de dos chicas también ya casadas.

Mi marido tiene 57, es industrial, serio, aburrido, muy burgués. Yo, por el contrario, soy alegre, amiga de la juerga, simpática y sobre todo, muy caliente. Cuando me casé, aún siendo virgen, ya tenía bastante claro que mi marido no me iba a servir para mucho. Gustaba más a mis padres que a mí. Era atento y educado pero sobre todo rico, con un futuro esperanzador. Ahora es el momento de decir que a mí quien me gustaba era el que luego fue marido de mi mejor amiga. Paco tenía dos años más que yo, era sumamente atractivo, inteligente y culto pero lo que más me atraía de él era su concepto de la vida y de la sociedad, tan distintos al de mi marido pero tan afines a los míos. Cuando nos conocimos, Paco era uno de los tantos amigos de mi amiga. Tonteaban pero no había nada serio aún, o sea que hubiera podido llevármelo yo en vez de ella. Pero Paco no gustaba a mi familia. Era demasiado libre y su filosofía no encajaba con la burguesa de mis padres.

En pocas palabras, que mi amiga se hizo novia de él y yo del que ahora es mi insulso marido. Pasaron los años, tuve mis dos hijas y poco a poco fui montándome mi vida con cierta independencia hasta convertirme en una hermana para mi marido más que en una esposa. Follábamos de vez en cuando, eso sí, porque yo no me había atrevido a buscar a otro que me la metiera. A pesar de mi insatisfacción y no sólo sexual, le era fiel. El año pasado, durante el verano, me fui, como todos los años, a la torre que tenemos en Mallorca. Mis hijas y sus maridos se van donde les apetece, mi marido se queda en Girona ya que su trabajo lo es todo para él y yo me paso los tres meses, tomando el sol, bañándome y soñando con lo que hubiera podido ser sino hubiera hecho caso a mis padres.

Físicamente me conservo muy bien ya que me cuido. No sé para quien o para que, pero me cuido. Mido 1,70, pelo castaño teñido, naturalmente, tetas muy grandes que de joven se me aguantaban perfectamente pero que ahora, debido a mis maternidades y a la edad, me cuelgan hasta la cintura, que tengo estrecha pero con anchas caderas y muy buen culo, así como unos muslos y piernas perfectas.

Nuestra torre está muy cerca de la playa, a pocos metros del mar y como todas las mañanas, bajé a ponerme morena y recibir la fresca caricia de aquellas aguas tan limpias y claras que rodean estas islas casi paradisíacas si no fuera por la cantidad de gente que las visitamos en cualquier época del año. Mi costumbre es estar siempre en top-less a pesar de que, como digo, mis tetas parecen dos campanas que se agitan a cada paso que doy y a cada movimiento que hago. Estaba inclinada, colocando la toalla sobre la arena, con mis tetorras colgando, cuando una voz de hombre me dijo:

- A pesar de los años que han transcurrido, te hubiera reconocido tanto por tu culo como por tus tetas. ¿Cómo estás, aparte de muy buena?.

Levanté la mirada y no me lo podía creer. Allí, delante de mi, contemplando mis colgantes pechos, estaba Paco. Me levanté, sintiéndome más desnuda de lo que estaba. El hombre que tanto había deseado y que jamás me había tocado un pelo, ahora me veía prácticamente en pelotas. Noté que me ruborizaba como una colegiala. Paco estaba tan bueno como antes, aunque de manera distinta. Un poco más gordo, el pelo blanco pero la misma sonrisa irónica y aquel brillo en los ojos que tanto me había encendido. Me abrazó y nos dimos dos besos en las mejillas. Mis tetas se aplastaron contra su torso desnudo, ya que él únicamente llevaba un pequeño bañador. Un estremecimiento, al sentir su carne, recorrió mi cuerpo.

- ¿Tu familia? - me preguntó al separarnos.

- Mis hijas con sus maridos y mi esposo trabajando - contesté - Paso el verano aquí, sola. ¿Y tú como estás, tu mujer...?.

- También estoy solo - dijo - He venido a repasar las bibliotecas de la isla para un trabajo que me han encargado. Mi mujer se aburre y ha preferido irse al pueblo con su madre. ¿Te molesta que te acompañe?.

- En absoluto - contesté ya más tranquila - Me encantará pues tenemos muchas cosas de que hablar.

Nos sentamos, cada uno en su toalla. Paco, sin excesivo disimulo, miraba mis pechos cuyos pezones ahora, sentada, se apoyaban en mis muslos. Procuraba no moverme demasiado para que, precisamente, estas grandes mamas no se movieran pero yo también miraba, aunque con disimulo, sus potentes muslos y el bulto de su entrepierna. Evidentemente Paco estaba excitado o tenía unos atributos muy grandes.

- Cuéntame de que va tu investigación - le dije para intentar cambiar mis pensamientos.

- No quiero aburrirte, sólo te diré que me gusta mucho este trabajo - contestó - Prefiero que me hables de ti y que me digas que es lo que tomas para conservarte así de hermosa. Reí, nerviosa. No sabía como ponerme.

Insisto en que, por primera vez en mi vida, me excitaba mi desnudez. Que vieran mis tetas los desconocidos que se encontraba en la playa, no me hacía ningún efecto pero que fuera Paco, el hombre que más me había interesado en mi vida, el que me las viera me estaba causando una impresión difícil de definir.

- La edad no perdona - pude decirle - Te agradezco tus palabras pero sé que son una mentira piadosa.

- ¿Mentira? - exclamó mirándome directamente a los ojos - Sabes que desde siempre me has gustado muchísimo y que...

- Me voy al agua - le corté, bastante nerviosa - ¿Vienes?.

Nos sumergimos de golpe y al salir a la superficie chocaron nuestros cuerpos. Nadamos hacia la boya y allí, descansando unos instantes, me dijo:

- ¿Puedo invitarte a comer?.

- Como muy poco al mediodía - le contesté y casi sin pensar, añadí - Invítame a cenar. A comer te invito yo en casa.

Estuvimos un rato más hablando, mientras tomábamos el sol, luego lo recogimos todo y nos fuimos a mi casa. Hice que él se duchara primero mientras yo, en la cocina, preparaba la comida. Cuando salió, vestía una camisa y unos pantalones cortos, todo en blanco. No pude evitar mirar la fortaleza de sus muslos y de sus piernas. No tenían nada que ver con los alambres de mi marido. Le dije que pasara al salón y se sirviera una copa, mientras ahora me duchaba yo. Bajo el agua pensé en todo lo ocurrido. Me gustaba haberlo encontrado después de tantos años pero, al mismo tiempo, me asustaba este encuentro. Tanto él como yo, estábamos casados. Él, al parecer, estaba satisfecho con su matrimonio pero yo no. Ahí estaba mi miedo. Necesitaba un macho, un macho como Paco y ahora lo tenía excesivamente cerca.

Cuando acabé de ducharme, envuelta en una gran toalla, me fui corriendo a mi habitación para que no pudiera verme Paco. Me había visto en la playa con una simple braguita y ahora me preocupaba que me viera con la toalla en mi propia casa. En mi habitación, desnuda por completo, me miré en el gran espejo del armario. Realmente de cuerpo no estaba nada mal. Conservaba la cintura estrecha, redondeadas mis caderas y el culo salido, de nalgas redondas. Miré mis tetas con nostalgia. Eran grandes, hinchadas pero colgaban tanto que los pezones, largos y gruesos, me llegaban a la cintura. ¿Cómo podían gustar a Paco?. Me puse las bragas y el sujetador, completamente transparentes, la corta falda de estar por casa y una camiseta de tirantes. Salí hacia la cocina.

Paco estaba en el salón mirando la tele y con el vaso de whisky en la mano. Me siguió con la vista hasta desparecer yo en la cocina. Puse los platos, vasos y cubiertos en una bandeja y volví al salón. Al ser una comida fría pensaba depositar la bandeja en la mesita baja y seguir viendo la tele pero, nada más entrar, Paco se puso a mis espaldas, me cogió con una mano por la cintura y empezó a besarme el cuello y los hombros.

- Por favor, no, déjame... - le dije sin saber que hacer con la bandeja, que ataba mis manos y movimientos.

El paró de besarme pero no me sacó la mano de la cintura, dejé la bandeja en la mesita y me giré. Nunca lo hubiera hecho. La mano de mi cintura pasó a mi espalda, me apretó a él, aplastando mis tetas contra su torso y, pegando su boca a la mía, me dio un beso apasionado.

En este momento perdí las fuerzas. No tardé nada en abrir la boca y tragarme su lengua mientras él me bajaba lentamente los tirantes de la camiseta junto con los del sujetador, hasta los codos. Mis pechos no salieron de la prenda pero la transparencia me los dejó completamente a la vista. La boca de Paco bajó de la mía a mi cuello y luego fue descendiendo hasta la parte superior de mis mamas, que lamió y besó.

- Me han traído loco desde que te conozco - me decía en voz baja - No sabes las veces que me la he pelado pensando en ti y en estos dos tesoros que cuelgan de tu pecho. Tócame y verás como estoy por ti.

Quería hacerlo pero cierta vergüenza me retenía. Paco me cogió una mano y me la llevó a su entrepierna. Toqué algo muy gordo y duro. La segunda polla que tocaba en mi vida. Dejé allí mi mano, cuando me la soltó, y palpé aquella tranca.

Paco había soltado el corchete de mi sujetador y me estaba mamando los pezones alternativamente. Mi coño ya no podía mojarse más. Bajé la cremallera de su bragueta y metiendo la mano, intenté sacarle la verga. No pude. Paco, sin dejar de chuparme los pechos, se desabrochó el cinturón, luego los pantalones y se los bajó junto con los calzoncillos hasta quedarse completamente desnudo. Mi mano volvió a su polla, agarrándosela. Estaba durísima, caliente y era muy gorda. Más tarde supe que le medía 18 cm. Nada del otro mundo, según me dijo él, pero si la comparaba con los 13 de la de mi marido, aquello era una monstruosidad. Pero lo que realmente me asustó fue su grosor.

Paco, mientras yo masturbaba aquella preciosa tranca, no tardó nada en dejarme tan desnuda como estaba él. Su boca al igual que sus manos, me recorrían entera. Mi coño nunca había estado tan mojado. Gemí cuando la mano me lo cogió entero y de nuevo lo hice cuando sus dedos me lo penetraron. Estuvimos así un rato hasta que Paco me dio la vuelta, me inclinó haciéndome apoyar las manos sobre la mesita donde había dejado la comida, separó mis nalgas y al instante su duro y gordo capullo apretó la raja chorreante de mi coño. Entró de golpe en mi, hasta que los cojones hicieron tope con mi carne. Suspiré de gusto. Nunca me había sentido tan llena. Entonces Paco me cogió las tetas, una con cada mano y comenzó a follarme.

Era lo que yo tanto había deseado en mi juventud. La cita se había retrasado muchos años, pero el placer era tremendo. La polla entraba y salía de mis entrañas, mis tetas eran masajeadas, prensadas, oprimidas y un placer de locura se estaba apoderando de mí. Sin querer removía yo el culo para sentir más y mejor la penetración, buscando aumentar el placer que Paco me estaba dando y así reventé en un orgasmo como hacía muchos años no sentía y que me hizo gritar:

- ¡Sí, mi amor, sí... me muero de gusto... me viene... me corro con tu polla... quiero tu le che, lléname el coño con tu leche... cariño, sí... hazme tuya, poséeme, soy tuya, soy tu esclava, tu perra... lo que tú quieras... aaah... que gusto... oooh... me corroooo...!.

Pero Paco no paró de joderme, ahora con mucha violencia pero sin soltarme las mamas, tirando de ellas hacia atrás por debajo de mis sobacos. Así volví a correrme con una intensidad incluso mayor que la primera vez ya que, ahora sí, toda la caliente lechada de mi enamorado me llenó el coño mientras me corría. Estuvimos un rato quietos, degustando estos últimos momentos de placer. Luego me la sacó, me ayudó a levantarme y dándome la vuelta, unimos nuestros labios en un beso más que apasionado. Me estremecí cuando, mientras nuestras lenguas se unían, de mi coño bajaba lentamente su leche mezclada con mis jugos.

Nos lavamos las manos pero no nuestros sexos y así, desnudos, almorzamos para, a continuación, meternos en la misma cama para la siesta. La verdad es que no la hicimos. Por primera vez chupé una polla, por primera vez me comieron el coño hasta reventar de gusto y también por primera vez se me follaron tres veces en la misma sesión. Acabé rota pero sintiéndome la mujer más feliz del mundo.

Ahora somos amantes. Él sigue queriendo a su mujer pero a mí me da todo lo que necesito e incluso más. Sé que le quiero, que le amo, pero también me conformo con que lo tenga cuando lo necesite.

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