Fin de semana en un monasterio
Con tanto estress, la enfermedad de moda, necesitaba unas mini vacaciones y me hablaron de un monasterio casi perdido en las montañas, donde los monjes alquilaban humildes habitaciones a huéspedes para relajarse, reflexionar y desconectar de la vida cotidiana y la rutina laboral. Aprovechando que mi marido estaba fuera ese fin de semana, decidí pasar un par de días en el retiro para arreglar conflictos interiores, pero se me ocurrió la idea de llamar e invitar a un compañero de trabajo, que igual que yo estaba un poco agobiado.
Mantenemos una estupenda relación, tanto amistosa como laboral, él igual que yo, es un hombre casado, pero mantiene una relación abierta y liberal con su esposa, lo cual le da libertad de movimiento a la hora de tener escarceos amorosos.
Pasó a recogerme un sábado por la mañana y cogimos carretera hacia el horizonte, en un par de horas llegamos a pie de una inmensa montaña rocosa, que la coronaba un antiguo monasterio de arquitectura románica, de piedra con la fachada forrada de una espesa hiedra, que le daba un toque más antiguo, si aun cabía.
Nos recibieron dos amables monjes, ataviados con una túnica marrón hasta los tobillos y una especie de cuerda atada a la cintura, nos mostraron nuestra habitación, no tenía más de tres metro cuadrados, con un pequeño ventanal que daba al claustro, con unos jardines que no tenían nada que envidiar a los de Versalles, las paredes eran antiguas y del cabezal colgaba una inmensa cruz de madera. Aunque lo que más nos llamó la atención fue el camastro, viejo como sacado de un museo, con enormes barrotes de hierro forjado. Pasamos un día muy agradable, paseamos por la naturaleza comimos menú casero, que era de agradecer y bebimos un delicioso vino fabricado por los monjes.
Al anochecer y después de cenar nos fuimos a nuestro habitáculo para poder pegar un polvo religioso en honor a todos aquellos monjes que tan amablemente nos estaban atendiendo. Jorge, no perdió el tiempo en desnudarme, casi me arrancaba la ropa, me besaba y me chupaba las tetas como solo él sabía hacerlo, me acariciaba las caderas mientras deslizaba sus manos hacia mi culo, para apretármelo con fuerza. Yo bajé mi cabeza hasta tenerla delante de su verga, ya tiesa como un palo y apuntando insolentemente hacia mí, pidiéndome que la chupara y así lo hice, la cogí entre mis manos y la apretaba fuertemente, con los labios apretaba su capullo rosado y brillante, con mi lengua la acariciaba dulcemente, hasta meterme toda su verga en mi boca, entonces mi lengua si que podía saborearla entera de arriba a bajo para poder degustarla enterita, en breve se llenó mi boca del néctar que desprendió con fuerza, era dulce y caliente, sabroso.
El me tumbó en el catre y volvió a chuparme los pezones, que estaban que se salían, pasó su lengua y sus labios por todo mi cuerpo moldeado, cuando llegó a mi raja se detuvo yo le pedía que no parara, Jorge esbozó una sonrisa y con sus dedos abrió mis labios para introducir su lengua y jugar con mi clítoris, que agradecido se dejaba hacer lo que él quisiera. Lo chupaba y lo mamaba como si fuera una fruta fresca, con su dedo acariciaba mi ano y lo iba introduciendo lentamente, me hacía gozar como no lo hacía nadie.
Tardé poco en correrme, él sabía como hacerlo. Me cogió por las caderas y me volteó en la cama, de manera que quedé a cuatro patas con el culo en pompa, se situó detrás de mí y empuñó su polla para metérmela por mi chochito. El camastro hacía un ruido de mil demonios, temíamos incluso que se pudiera romper, pero no cedíamos a los movimientos lascivos y salvajes de aquel polvo. En aquel instante y sin llamar a la puerta, entró uno de los frailes del monasterio, fue como una bajada de golpe aquella imagen ante nosotros, con el rostro serio, esperábamos que nos dijera que el lugar sagrado no se podía follar o algo así, pero no fue así. Se acercó a nosotros y nos dijo que siguiéramos copulando, nosotros ante el morbo de tener a un “voyeur” de aquella categoría seguimos con nuestra función, aún estábamos más excitados. El monje se tocaba la verga por encima del sayo, la tenía visiblemente dura y empinada, le hice un gesto para que se acercara a mí, cuando lo tenía delante le levanté el hábito y tenía ante mi cara una enorme polla, deseosa de ser lamida. La cogí entre mis manos y la acaricié como si de un tesoro se tratara, tenía una punta gorda y redonda, me la llevé a la boca para acariciarla y degustar aquella tranca digna de fotografía.
Jorge, seguía empujando con fuerza, su verga se había desviado hacia mi culo, tenía el ano lleno de él, mientras yo mamaba la polla del monje, que soltaba gemidos de placer, como si no se la hubieran chupado nunca. Jorge, se tumbó en la cama con su polla apuntando al techo, yo me senté a horcajadas encima de él y volví a introducir su cipote en mi coño, Jorge invitó al monje a colocarse detrás de mí, yo cogí la polla del religioso y me la metí por el culo, gozaba como nunca, era la primera vez que hacía un trío con dos hombres y me estaba volviendo loca. El monje empujaba con fuerza y Jorge me agarraba de las caderas para acompañarme en los movimientos del arte del follar, con una mano me agarraba una teta y el monje la otra, me las sobaban de manera distinta, pero ambas me gustaban.
Después de tener, largo rato, los dos rabos dentro de mí, llegué a un orgasmo inmenso, lo cual hizo que ellos no tardaran en correrse dentro de mí, estaba llena de leche por todos mis agujeros. El monje se levantó, atusó su túnica y en un voto de silencio se retiró discretamente de la habitación. Jorge y yo no dábamos crédito a lo que había pasado, estuvimos largo rato comentando y riendo sobre el tema. Había sido algo increíble.
Al día siguiente por la tarde, recogimos nuestras pertenencias para abandonar el monasterio, como siempre y muy amablemente el séquito de frailes se despidió invitándonos a volver cuando quisiéramos. En un rinconcito se hallaba el fraile follador, observando nuestra retirada, me giré muy discretamente y le guiñé un ojo, como agradeciendo que hiciera más agradable nuestra estancia.
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