Cornudo feliz
Mi esposa ha tenido muchas aventuras, y yo he disfrutado de algunas de ellas. Esta es la primera que les contaré. Mi mujer, Sheila, siempre ha sido muy puta, incluso desde mucho antes de casarnos. Antes de que fuéramos novios, ya había escuchado varias historias sobre ella.
Cuando comenzamos a hacernos algo más que amigos, ella era “novia” de un individuo casado, RR., que salió con ella por algún tiempo. Luego de un par de años de cojerse a Sheila por todos lados decidió divorciarse de su esposa para casarse con Sheila. Mientras tanto, repartió por todo el barrio sus andanzas amorosas con ella, y su historia de cómo hacía que Sheila se sentara sobre su pija “doblada” y luego comenzara a girar mientras se desdoblaba, se convirtió en un clásico. Es que el tipo tenía una pija fina pero larga, y Sheila era la única que se la comía “doblada”.
Por esas épocas me interesé más en ella, y comenzamos a conversar. Ella me contó sus historias con RR. y las muchas que había tenido con otros, y nos empezamos a enamorar. Todavía recuerdo la primera vez que la comencé a tocar, una noche en un parque. Al principio, le puse un dedo en su conchita, que ya estaba muy mojada. Pero fue como si nada, así que le metí otro más, y luego otro, y recién cuando le había metido cuatro dedos, encontré un poco de resistencia. En realidad, me preocupé un poco, puesto que me pregunté cómo haría para llevar esa caverna que había entre sus piernas, pero igual seguí adelante.
Ella dejó a RR. y se transformó en mi novia oficial, y nos casamos unos cinco años después. Bueno, lo de dejar a RR. es un decir. En realidad, según me contó ella misma más tarde, siguió cojiendo con él por algo así como tres años, hasta que RR. se mudó de ciudad. Ella dijo que era porque le daba lástima, y se sentía responsable por haber causado, aunque en mínima parte, el divorcio de él. Y que como andaba solo, y siempre “necesitado”, ella le daba “servicio” dos o tres veces por mes. No me extraña su explicación, ya que Sheila es muy buena persona, comedida y servicial. Pero estoy seguro de que además de su bondad, hubo algunas otras razones. A ella le encantaba eso de “comérsela doblada”.
El caso es que nos casamos, y casi enseguida Sheila quedó embarazada, y tuvimos nuestro primer y único hijo. Seguía cojiendo como los dioses, por otro lado.
A causa de mis trabajos (tenía dos en esa época) yo pasaba mucho tiempo fuera de casa. Incluso muchas veces trabajaba también de noche. Pero tenía la impresión de que ella conseguía consuelo en otros lados, y con el tiempo confirmé mis sospechas. Ella tuvo varios amantes, pero a mí no me importaba. Es más, la idea me calentaba aún más, y como ella siempre estaba “dispuesta”, nunca tuvimos ningún problema. Con los años, fue haciéndose todavía más caliente, y varias de sus historias llegaron a mis oídos, pero repito que no me importaba. Formábamos una buena pareja, es una esposa excelente, muy trabajadora, y nos seguíamos (y seguimos) amándonos mucho.
Pero hace ya algunos años, habiendo pasado los cuarenta, decidió “tirar la chancleta” y dedicarse a cojer a todos los que pudiera, todas las veces que fuera posible, y llegamos a un entendimiento. Ella necesitaba mucho más que lo que yo podía darle, y lo dejó bien claro. No me opuse, pero le pedí que me contara sus aventuras, pues así me calentaba más, y estuvo de acuerdo.
Fue por esas fechas que conoció, por Internet, a MM. Desde el primer momento, se enloqueció por él. Se enteró que tenía una pija no muy gruesa, pero sí larguísima (de 28 cms.), así que decidió comérsela. La primera vez que salió con MM., volvió bastante tarde a casa. Me contó que en efecto la tenía muy larga (midió y comprobó los 28 centímetros), pero además el hombre tenía un problema: no podía acabar. La mantenía “parada” durante horas, pero rara vez conseguía gozar plenamente.
Sheila disfrutó así por muchísimas horas de la larguísima pija de MM., aunque no llegó a entrarle toda, pues era demasiado grande para ella (Sheila es una mujer diminuta, delgada, de 1,55 mts. de alto y apenas 50 kgs. de peso, pero es una fiera en la cama). De todos modos, quedó entusiasmadísima con su nuevo amante, y al volver me dijo que MM. la había invitado a pasar el fin de semana en Atlántida, un balneario a unos 50 km. de Montevideo, ciudad donde vivimos. Me pidió permiso, y yo le dije que no tenía problemas, que fuera tranquila y que se sacara las ganas.
El siguiente jueves a la tarde ambos emprendieron el viaje (hicieron el “faltazo” a sus trabajos el viernes) con la idea de volver el domingo a mediodía, puesto que ambos trabajaban el lunes. Por supuesto, llegó el mediodía del domingo, y no volvieron. Recién llegaron en la madrugada del lunes. Sheila entró a casa medio derrengada y caminando con dificultad, se fue a la cama y se durmió enseguida.
El lunes de noche llegué a casa, y allí me contó su aventura. MM. había quedado enloquecido con ella. Habían cojido de todas las formas posibles, y ella había descubierto la forma de hacerlo acabar cuando quería. De todos modos, hizo que pasara las horas sin acabar, para que estuviera “serruchándola” todo el tiempo. Logró de esa forma innumerables orgasmos, y cuando ya no daba más, hacía que él acabara. MM. la habría tratado muy bien, y nunca la forzó para meterle su pija hasta el fondo, para no dañarla.
El domingo por la mañana se mandaron el último “polvo”, y ella se fue a bañar, mientras MM. permanecía en la cama. Cuando salió del baño, a mi mujer le entró el “morbo”, y quiso ver si lo podía excitar nuevamente, a pesar de haberlo cansado tanto. Así que fue hasta la cama, se paró de espaldas a la misma, a la altura de la cabecera, y comenzó a vestirse. Primero se puso el sostén, y luego la camisa, siempre dejando su cola a la altura de la cara de MM. Pero después tomó su tanguita, e hizo como que se le caía, de modo que tuvo que agacharse para recogerla, dejando toda su enorme concha a plena vista de su amante. Luego, comenzó a ponérsela despacito, primero en una pierna, y después comenzó a ponérsela en la otra.
Pero para entonces, MM. ya la tenía parada otra vez en toda su longitud, y no pudo aguantar más. La tomó de la cintura y comenzó a mordisquearle las nalgas y a lamerle el culo y la concha. Sheila le respondió subiéndose a la cama y poniéndole toda su caverna en la cara, mientras comenzaba a chuparle la enorme verga. Para ese entonces, ambos estaban enloquecidos. MM. la dio vuelta y la clavó, pero mi mujer quería más. De modo que lo puso a él de espaldas y se le montó de un solo golpe, y comenzó a jinetearlo con todas sus fuerzas. Ahí no importó el largo. Sheila sintió que la pija de MM. le llegaba hasta el fondo, y que comenzaba a golpearle el cuello del útero, pero no le importó. Quería más y más y así, aunque sintió un poco de dolor y como que algo se desgarraba en el fondo de su hambrienta concha, no le importó.
Estuvieron cojiendo por muchísimas horas, hasta que se apiadó de MM. y lo hizo acabar. Me dijo que realmente sintió un alivio cuando toda la leche de él le inundó su cueva, y después se quedaron dormidos.
Cuando volvió a casa, casi no podía caminar, y estaba muy cansada. Había ido a trabajar, pero había sentido dolores todo el día, y seguía sintiéndolos esa misma noche. Intenté calmar su malestar, y le comí su preciosa cuevita, lamiéndola y chupándola hasta hacerla acabar, pero los dolores continuaron.
Al otro día fue al médico, ya que no podía más del dolor. El doctor le preguntó qué le había pasado, puesto que su diu (dispositivo intra-uterino) se había movido de lugar. Ella le contó su aventura, y el médico reconoció que MM. la tenía realmente muy larga y que le había desgarrado todo el fondo de la concha. Le quitó el dispositivo y le dijo que no cojiera por todo un mes, y que cuando tuviera su período menstrual fuera para colocarse otro diu. Además, tuvo que quedarse sin cojer por dos semanas más, consolándose solamente con mis lamidas, mientras el desesperado MM. esperaba su recuperación.
Por supuesto, en cuanto pudo se desquitó, y durante un año se montó en la verga de MM., hasta que su concha se agrandó lo suficiente como para recibirla cómodamente, ensartada hasta las bolas.
Así fue como, ya pasados sus 40 años, desfondaron a mi esposa Sheila, y la pobre tuvo que pasarse 45 días sin cojer. ¡Prueba muy difícil para alguien tan puta como ella!.
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