Rebeca y Don Gastón (II)
Después de una semana de mi desvirgamiento anal, aún sentía molestias, pero debía ir nuevamente a cumplir mi pacto. Terminó ese día de martirio, Gastón me pagó el día pese a que me fui temprano. El dolor de mi culo era tan grande que tuve que irme parada en el bus de regreso a casa. Cuando entre en ella mi suegra me miró y me preguntó que me pasaba, porqué había llegado tan temprano, a lo que yo le contesté que me dolía el estómago.
Pasaron dos días teniendo el ano desgarrado, apenas podía hacer mis necesidades así que fui al consultorio. Me atendió una ginecóloga la que al examinarme me dijo que tenía un desgarro pero nada grave. Por supuesto que tuve que explicarle que había sido por un coito anal para el cual no estaba preparada, ella me dijo que eso a veces pasaba, que sanaría en unos diez días, y que durante esos días me abstuviera de hacerlo por ahí.
El martes siguiente llegué puntualmente a las 10 a donde Gastón, el me recibió y yo de inmediato le conté lo que había pasado, de manera que le rogué que no lo intentara de nuevo. Me dijo que esperaría que cicatrizara de nuevo, y que ahora practicaríamos nuevas cosas. Yo ese día no estaba excitada como la primera vez, más que nada esperando una nueva sorpresa desagradable.
Se instaló en el mismo lugar y ahora con un gesto me indicó que me desnudara. Ahora lo hice con más gracia, primero me quité las chalas, me subí la falda y lentamente me bajé el calzón. Después, lentamente me fui desabrochando la blusa que ese día había elegido hasta sacármela por completo. Luego, solté los tirantes de mi sostén y lo bajé sólo un poco, lo justo para que quedaran a la vista mis pezones. Estos, con el tratamiento de la semana anterior habían crecido y ahora, con una aureola más café y con la turgidez de mi seno, destacaban y sentía que eso a él lo atraía mucho. Finalmente desabroché la falda para quedar expuesta a su mirada, ahora mostré mi chucha peluda, pero la había recortado por los costados de mis muslos para darle una mayor atracción.
Gastón me pidió que caminara hasta el fondo de la sala y luego volviera. Lo hice con toda la gracia que pude, sobre todo para que él me mirara mis piernas que sabía le atraían mucho. Me pidió que me sentara en un amplio sillón y el se puso de rodillas a mis pies, luego me levantó ambas piernas, me examino el hoyo del ano, después separo mis bellos púbicos, mis labios vaginales e introdujo su lengua en mi vulva, lamiendo suavemente los labios y de repente metiéndola todo lo que podía en ella; además, con sus manos tomó mis tetas y empezó a masajearlas junto con tirar y pellizcar de mis pezones. La sensación que sentí fue increíble. Había practicado el sexo oral con mi marido, pero esto fue muy distinto. Su lengua me acariciaba los alrededores de la vulva, lo hacía con destreza y mucha penetración. Mi excitación fue casi instantánea. Sin darme cuenta mis jugos vaginales fluyeron en abundancia, mientras él me penetraba con dos dedos y los llenaba de ellos. Luego, los llevó hasta mis labios y me obligo a probarlos. Mi propio olor a sexo, el sentir esa pequeña acidez pero al mismo tiempo el sabor de algo tan mío y tan sexual, me hizo sentir una sensación nunca antes experimentada. Cada vez que el repetía la acción, yo chupaba sus dedos con mayor afición. Me había calentado en extremo y sentía una gran necesidad de la verga en mi orificio.
Sin embargo, el proseguía entre masturbarme, meterme la lengua y hacerme probar mis jugos. Sin darme cuenta me vino un orgasmo conteniendo a duras penas un "aaaah" que me salió de adentro. Pero esto no paró ahí, pues el siguió haciendo lo mismo, pero ahora empezó a succionar una parte de mi vagina que apenas había notado. Luego supe que su trabajo había sido para que se hinchara mi clítoris, el que estaba muy dentro, pero que con el ejercicio de masturbarme había aflorado. Cuando tuvo el tamaño apropiado, empezó a succionarlo, sintiendo un placer que me llevó a pensar que había sido de mi vida sexual hasta ese momento. Sentía todo mi cuerpo como si corrientes eléctricas lo recorrieran, mi vulva latía, lo mismo que mi culo, sin quererlo estaba totalmente relajado. Ahora, el metió un dedo en mi ano, que en forma extraña no me hizo sufrir y hasta lo agradecí. Luego metió dos dedos, ahí dolió un poco, pero lo aguanté. Pensé que nuevamente me sodomizaría, lo que posiblemente habría aguantado con gusto, tal era mi excitación, pero el siguió succionando mi clítoris al tiempo que por detrás acariciaba mi ano con ambos dedos.
El orgasmo que ahora me vino fue violento. Ya no me importaron ni los "aaaahhh" ni los resoplidos que lanzaba mientras largaba mis chorros de jugos vaginales. Cuando estos fueron decreciendo, el me separó aún más mis piernas e introdujo a lo largo de mi cavidad vaginal su lengua. Esto fue en realidad un coito oral increíble, mis orgasmos se sucedieron. Pensar que Iván la vez que mejor anduvo logró que tuviera dos, uno de ellos suave y el segundo más o menos. En plena faena de sexo oral, yo lo acariciaba en su cabeza y separaba las piernas cuanto me fuera posible. Me sentía la hembra más caliente del mundo y cualquier cosa que él me hubiera pedido en ese instante lo habría hecho, cosa que con el tiempo ocurrió. Cuando la sensación orgásmica no pudo seguir creciendo, él que esto lo notó, me soltó, me hizo levantarme, se bajó el short, se sentó donde yo estaba, me hizo arrodillarme y guió mi boca a su miembro que estaba enorme. A mí me faltaban muchos conocimientos, experiencia y deseos de hacerle sexo oral a un hombre, pero ese día con sus órdenes y acciones aprendí lo importante de lamerle desde las bolas hasta el prepucio, tratarlo como un helado, hasta sentir la longaniza en mi boca.
Cuando me hizo la garganta profunda me vinieron unas arcadas que casi vomito el desayuno, pero eso fue lo de menos. Acariciando con las mejillas interiores de mi boca, lentamente fui aprendiendo a como metérmelo entero hasta mi garganta sin volverme a atorar. Sé que le di un gran placer, cuando de pronto siento que me toma firmemente del pelo, me mete el pene con firmeza en mi boca y recibo el chorro de semen. Ahí si que me atoré y parte de él me salió por el costado. Cuando me suelta, el resto de los dos chorros saltaron a mi cara, sintiendo una sensación extraña de repulsión y morbo a la vez. El líquido blanco y pegajoso me chorreaba por mi cara hasta mis pechos; sabía que lo tenía en el pelo y lo que tenía en mi boca no sabía que hacer con él. El gusto nuevo, un poco con sabor a cloro era a su vez una excitación en mi nuevo aprendizaje como mujer.
Luego, me llevó a la ducha, limpiándome y lavándome el pelo. Esto lo hizo con mucha ternura y calidez.
Sin darme cuenta, estaba sintiendo una forma de intimidad con este hombre que me estaba llevando a los nuevos caminos del placer. Luego de secarme, me llevó a la cama, donde me empezó a acariciarme, besar mis pechos, ir a mi vulva, tocarme el ano, besarme en forma intensa, acariciar mi cuello, mis pezones, hasta sentir que nuevamente resurgía en mi el deseo carnal. Yo también respondí a sus caricias. Realmente me nacía sentirlo, su miembro que lentamente se erguía, el que ahora chupe con deleite, hasta que llegamos a un maravilloso 69, con él de espaldas. Sentí de pronto la necesidad urgente de su verga, de manera que me salí de la posición y tomándolo de ambas manos me puse en posición de jinete y me la introduje de un golpe en mi vagina. ¡Qué sensación más exquisita de sentirme hembra y puta! Primera vez que probaba una verga diferente a la de siempre. Esta se alojó en mi útero sintiendo una sensación dolorosa y placentera. Con toda esa carne dura alojada en mi interior, él me acariciaba los pechos, me succionaba los pezones, mientras yo como desesperada lo cabalgaba hasta no dar más e irme por un nuevo orgasmo. Ahora no me importó gritar, sentirlo dentro de mi, cabalgarlo con furor hasta tener dos orgasmos más seguidos que me hicieron declinar, pero él me hizo pasar mis piernas hacia delante y ahí si que sentí la verga incrustada en mis entrañas. El dolor fue intenso, tuve una fuerte contracción y luego otra, no pudiendo salirme de la posición en que me encontraba porque me tenía atrapada en sus brazos. Entonces sentí como se corría dentro de mi y todo el dolor casi desaparece y me lleva un nuevo orgasmo, ahora con una sensación totalmente distinta, puesto que los centros nerviosos que actuaron nunca antes lo habían hecho en una penetración tan profunda.
Después de este coito comprendí realmente porqué me dijo que esperaba de mí a una mujer y no a una niña.
Sus descargas de semen producían en mi interior una especie de espasmos que me llevaron a dos o tres orgasmos más. Luego de eso, supe que era suya.
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