Sexo a domicilio

Autor: Anónimo | 29-Dec

Heterosexuales
A mis 22 años no he parado de follar. A veces pienso que soy ninfómana pero si es así, la verdad es que no me importa mucho pues si eso significa gozar como lo estoy haciendo, bienvenida sea la ninfomanía. No voy a contar mis aventuras. Sería una larga y continua exposición de folladas. Lo que voy a hacer es narrar como descubrí que muy cerca de mi había una polla disponible y en la que yo no había pensado. Fue durante el verano pasado, en el apartamento que mis padres tienen alquilado en una población costera. Aquel día yo estaba sola en casa. Mis padres habían ido, con unos amigos, de excursión al campo y no regresarían hasta la noche. Rosa, mi hermana y Juan, su novio, habían ido a la playa donde también pensaban pasar todo el día. Yo me reuniría con ellos más tarde. Me gusta estar sola y tranquila. Mi mente puede soñar imaginándome imágenes lascivas de hombres desnudos, con la polla tiesa y enorme, y mujeres con las piernas abiertas mostrando el humedecido coño. Al poco rato mi coño empezó a mojarse y toda mi piel ardía. Era el momento que yo tanto esperaba para darme placer. Estaba en el salón, sentada en el sofá. Sobre la mesita baja había colocado, previsora, un gordo y hermoso consolador.

Seguí soñando hasta que, con mano nerviosa, me bajé las bragas, sacándomelas, y me senté a culo desnudo sobre la suavidad sensual del tapiz que cubría el sofá. Su tacto era tan dulce y suave que parecía una caricia. Con las manos en mis nalgas, aumenté aquella acariciante sensación. Me las separaba y dejaba que el ojete se restregara lentamente por la tela mientras de mi boca empezaban a salir los primeros suspiros. Acabé medio tendida en el sofá, con los pies en el suelo, piernas muy abiertas y acariciándome suavemente el coño para aumentar el deseo sexual. Alargando una mano, tomé el consolador, grande y duro, suave y delicado a la vez. Hubiera preferido uno de verdad pero a falta de pan... Me abrí todo lo que pude los labios del coño con los dedos y me entretuve en acariciarme la raja para excitarme aún más.

A continuación y de un solo golpe, me metí el consolador hasta el fondo. Lancé un pequeño gemido de dolor pero me gustaba ya que me encanta esa forma brutal de follarme. Lo dejé allí, quieto unos instantes hasta que empecé a moverlo de fuera adentro. El placer era intenso. Mientras me masturbaba, con la otra mano me acariciaba los muslos, el vientre y los pechos por encima de la ropa. Notaba los pezones erizados y me dolían las tetas de lo duras que las tenía. La entrada y salida del falso pene en mi coño producía el típico ruidito de la humedad que lo llenaba. Mis movimientos crecieron en intensidad. Así estuve hasta que el calambrazo me recorrió el cuerpo. Todo mi ser tembló. Grité y gemí. Me corrí con extrema violencia mientras, cerrando los muslos, apretaba entre ellos el trozo de consolador que había quedado fuera de mi coño. Cuando me quedé más tranquila, me lo saqué. Estaba rota y muy feliz pero, aunque parezca mentira, mis ansias sexuales aún no estaban del todo satisfecha. Permanecía en el sofá, con la falda en la cintura y los muslos muy abiertos. Me levanté y fui a mi habitación. En el cajón del armario guardaba un consolador con púas de goma, rígidas. Aún no había tenido tiempo de probarlo. Ahora era el momento.

Lo cogí y regresé al salón. Volví a sentarme pero antes de usar el nuevo consolador, me desabroché por completo la blusa y bajándome el sujetador, desnudé mis gordas tetas, adornadas con una aureola de un intenso color rosa, en cuyo centro apuntaban los pezones duros como piedras. Me los pellizqué, gimiendo de un dolor placentero. Entonces sí que agarré el consolador y empecé a metérmelo en el coño con cuidado. Las púas rascaban todo mi interior y esa simple penetración ya me hacía suspirar. El gusto era muy intenso. Mi mano lo metía y lo sacaba con cuidado. La sensación era increíble y al poco rato el ruido del chapoteo que producía en mi coño volvía a llenar la estancia. El segundo orgasmo estaba anunciando su aparición. Todo mi cuerpo temblaba y profundos gemidos se escapaban de mi boca. Mantenía los ojos cerrados pero justo cuando me iba a correr tuve la sensación de una presencia extraña. Abrí los ojos y me encontré con que en la puerta del salón, sin haber hecho ningún ruido, estaba Juan, el novio de mi hermana. Sus ojos me miraban asombrados. Y supongo que no había para menos ante el espectáculo que yo le ofrecía. La falda en la cintura, mis pechos al aire y mi coño atravesado por el consolador. A pesar de todo reaccionó antes que yo.

Vino hacia mí y adivinando el movimiento que yo iba a hacer, se situó entre mis piernas impidiéndome cerrarlas. Me quedé espatarrada y con el consolador saliendo de mi chorreante almeja. En silencio, Juan cogió la parte del consolador que sobresalía, tiró de él y me lo sacó un poco. Luego apretó y así me fue masturbando muy lentamente. Yo no podía, ni quería protestar. Había echado la cabeza hacia atrás y recibía con sumo placer aquella caricia. Ahora mi placer era doble pues junto con la masturbación estaba la mano de otra persona, de un hombre. No hacía ninguna falta que yo me moviera, que moviera mi mano. Otro lo estaba haciendo por mi. A pesar de todo sentía cierta vergüenza. Me gustaba follar más que nada en el mundo pero nunca me habían descubierto en mi placeres secretos y menos follarme aprovechándose de ellos. Pronto tuve que dejar de pensar pues el placer me estaba rompiendo el cuerpo. Me corrí delante de mi cuñado, gritando como una loca. Juan no esperó a que me calmara. Me sacó el consolador, chorreante de mis jugos, y al instante tuve frente a mi su polla, gorda, larga, totalmente erecta e incluso con un hilo de semen manando de su puntita. Por unos instantes pensé en mi hermana y quise reaccionar pero él seguía entre mis piernas, impidiéndome cerrarlas. Bajé las manos para taparme el coño pero ya era tarde. De un solo golpe me encontré ensartada hasta los huevos por la dura y gorda polla de Juan.

Por fin tenía una polla de verdad en mis entrañas. Una polla de carne y un macho que me follaba. Me olvidé de mi hermana y de quien era él. Sólo pensaba en el placer que estaba recibiendo. Acabamos, yo cruzándole las piernas en sus riñones y él agarrándome del culo con ambas manos, para hacer que la penetración fuera aún más completa.

- Estás muy buena cuñadita - me dijo, empezando a moverse dentro de mi.

- Nunca agradeceré bastante el que tu hermana se haya olvidado la crema antisolar en casa y me haya hecho venir a recogerla.

Permanecí muda y no niego tampoco que seguía encontrándome algo avergonzada por lo que estaba ocurriendo pero me era imposible reaccionar teniendo dentro de mi coño aquella polla que no paraba de moverse, entrando y saliendo de mi. Para acabarlo de arreglar, Juan se inclinó aún más sobre mi hasta lograr colocar su boca sobre uno de mis pezones. Cuando empezó a chupar creí que me moría de gusto. La gorda verga sacudía mis entrañas. Mi coño temblaba de deseo. Jamás me había sentido tan llena y feliz. Ya no era el novio de mi hermana, no era mi futuro cuñado.

Era simplemente un hombre que me estaba jodiendo de maravilla. Me entregué a él por completo, sin recato, sin dudarlo ni un segundo más.

- ¡Que gusto siento... sí, así, fóllame... méteme tu polla hasta el fondo... oooh... hazme tuya... fuerte, empuja fuerte, más, más... aaah... sí... soy tuya, toda tuya... oooh...! - gritaba yo enloquecida.

Me corrí con un placer enorme. Todo mi cuerpo temblaba mientras él seguía follándome sin parar, cada vez más brutalmente. Así estuvo hasta que ya no pudo retenerse. Recibí la descarga caliente y muy abundante de su esperma en lo más profundo de mi coño lo cual me provocó un nuevo orgasmo. Cuando recobró el dominio de si mismo, Juan salió de mi, con la polla morcillona, brillante de mis jugos y colgándole de la punta un hilo de blanco semen. Yo permanecía abierta, con mi coño ofrecido, resbalando de él la mezcla de mis jugos y de su leche. El chico debió tener ya muy claro que la hermana de su novia, o sea yo, era una cachonda pues cogiendo el consolador, me lo metió de un golpe en el coño empezando a follarme con él. Grité, no de dolor, sino de la impresión. Tenía la almeja sumamente sensible por el orgasmo tan reciente.

Me folló con el falso pollón hasta que sentí como, de nuevo, me venía el placer. Notaba los ojos de Juan fijos en mi cuerpo. El morbo era impresionante. Sin cerrar los muslos, recibiendo entre gemidos la follada, me agarré con ambas manos los pechos, que amasé y apreté como si quisiera arrancármelos, al mismo tiempo que pellizcaba mis pezones que estaba tan duros que parecía iban a reventar. Mis movimientos, mis suspiros, mis gemidos y todo el espectáculo que yo le estaba ofreciendo, motivaron que la polla de Juan fuera recuperando toda su potencia. La veía tiesa como un palo ante mis ojos cada vez que podía abrirlos.

- Eres increíble - me decía él.

- Sabía que estabas muy buena pero nunca pensé que fueras tan caliente. Mira, mira como me la has puesto de nuevo.

En aquel mismo instante yo me estaba corriendo así que no pude decirle nada. Sólo quejidos salían de mi boca. Juan lo aprovechó para coger mis piernas por los tobillos, levantármelas hasta sus hombros y tirando un poco más de mi cuerpo dejarme todo el culo a aire. Apoyó mis muslos en su pecho de forma que mis nalgas chocaron contra su verga. Me las separó y busco con el glande el agujero de mi ano.

No era la primera vez que me la metían por el culo pero jamás en aquella postura tan ofrecida, tan indefensa y tan abierta. Intenté escapar pero no me sirvió de nada pues él me tenía bien cogida por las nalgas y me impedía cualquier movimiento. Sentí el golpe seco y la pequeña punzada que me anunciaba que todo el glande ya estaba dentro de mí. Luego dos o tres golpes más y toda la polla se había instalado en mi recto, llenándomelo por completo y dilatándome el esfínter a tope. Cuando estuvo dentro de mi, llevó una de sus manos a mi coño que, por mi postura, apareció completamente abierto ante él. Con el dedo empezó a acariciármelo, buscándome el clítoris mientras iniciaba la sodomización. El placer más suave y profundo comenzó a llenarme el cuerpo. Pensé en la suerte que tenía mi hermana por tener un macho como aquel a su disposición. Al poco rato era yo la que acercaba mis nalgas a la polla de Juan para sentirla más profundamente, notar como entraba y salía de mi recto, me enloquecía. Procuraba girar mis nalgas para darle a él todo el placer que merecía y aumentar el mío y me amasaba los pechos en un terrible frenesí.

Orgasmé dos veces de esta manera y la tercera cuando abundantes y fuertes chorros de leche inundaron mis entrañas culeras. Esta vez si que todo había terminado. Juan salió de mi culo y se sentó a mi lado. Estuvimos un rato en silencio, recuperando fuerzas hasta que, mirándolo con cariño, le dije:

- Espero que no dirás nada a mi hermana de todo lo que ha sucedido.

- Tranquila. Naturalmente que no le diré nada, no quiero perderla pero espero que me dejarás repetir de vez en cuando todo eso que hemos hecho.

Le miré sonriendo, cogí su ahora arrugada polla, que acaricié lentamente y dándole un beso en la boca, le contesté:

- Sí, siempre que tú quieras. Soy tuya y estaré a tu disposición cuando lo desees.

Cuando tuvimos fuerzas para levantarnos, nos metimos los dos juntos en la ducha. Nuestros cuerpos ya no buscaban el fuego de la pasión sino la ternura de las caricias. Mientras el agua refrescaba nuestros cuerpos nos entretuvimos sobándonos a placer. Incluso lamí y chupé aquella polla que me había hecho tan feliz follándome mis dos agujeros. Me hubiera gustado que también me llenara el que faltaba, mi boca, con su ardiente esperma pero por mucho que mamaba aquello no pasaba de una dureza mínima.

- Sólo falta que me folles la boca - le dije al fin.

- Ahora no lo lograrás. Además tu hermana empezará a pensar cosas - añadió sonriendo.

Nos secamos, me puse el bañador y los dos bajamos a la playa donde estaba mi hermana. Recriminó nuestra tardanza pero yo me eché toda la culpa diciéndole que había obligado a Juan a esperarme para bajar juntos.

El día transcurrió de manera normal, sin otros incidentes. No obstante, de vez en cuando, yo miraba la entrepierna de Juan recordando el enorme placer que me había dado su magnífica verga y pensando cuando se atrevería a follarme de nuevo. No tuve que esperar mucho. Por la noche regresaron mis padres diciéndonos que después de cenar estábamos todos invitados a casa de unos amigos que acababan de regresar de un viaje por Egipto y nos querían pasar los videos que habían grabado. La verdad es que yo no tenía ninguna gana de ir. Siempre me han aburrido estas reuniones en las que sólo se cuentan batallitas pero cuando mi hermana dijo claramente que ella no iba, que prefería irse a la cama y, al oírla Juan mirándome, dijo que a él sí que le gustaría ver las pirámides, dije que a mi también. E n el coche de Juan fuimos los cuatro. Llegamos a casa de estos amigos, entramos, los saludamos y tras un corto rato de conversación Juan, sabiendo que allí nadie fumaba, dijo que había olvidado el tabaco y bajaba para ver si encontraba en algún bar.

- Te acompaño - dije enseguida.

- No tardéis - exclamó mi madre.

Nada más entrar en el coche, nos abrazamos. Con rapidez le saqué la polla fuera del pantalón. La tenía dura, tremendamente dura. Se la acaricié antes de inclinarme y lamérsela desde la base hasta la punta. Luego todo el capullo para, al final, metérmela todo lo que pude en la boca. Mamé con ganas. Quería su leche. Tragármela, saborearla, degustarla. Al poco rato estaba tan gorda que casi no me cabía en la boca. Juan había desabrochado mi blusa, haciéndomela descender por los hombros. Al no llevar yo, esta vez, sujetador, mis pechos quedaron desnudos y que él empezó a acariciar suavemente, pasando la palma de sus manos por mis pezones que se iban endureciendo bajo este contacto suave y excitante. Mi coño comenzaba a reaccionar. Empezaba a dudar entre tragarme su leche o dejar que me la depositara en el coño. Juan debió pensar en lo segundo pues, apartándome, salió de coche indicándome con la mano la parte trasera del mismo. Le imité pero sacándome las bragas antes de sentarme en el asiento trasero. Juan me esperaba con la polla mirando al techo. No hizo falta que me dijera nada. Como pude me senté encima de él clavándomela entera en el coño. Fue un polvo rápido, bestial.

En mi vida había tenido tantas ganas de correrme. Me corrí gimiendo, vaciándome como una fuente en aquel palo que me atravesaba y tanto gusto me daba. Al sentir mi líquido ardiente, Juan lanzó un rugido mientras todos sus músculos se tensaban. Pegué un salto, coloqué mi boca en su capullo y tuve la inmensa suerte de recoger por entero toda su descarga que tragué, degusté y deglutí como había estado deseando. Todos mis agujeros habían disfrutado de la esperma de mi magnífico cuñado. Regresamos a casa de los amigos cuando estaban pasando el segundo vídeo. Tuvimos tiempo de felicitarles por un viaje tan interesante y luego regresar los cuatro a nuestra casa. Desde este día Juan es el amante novio de mi hermana y mi "amante" amante. Follamos siempre que tenemos ocasión y si no la tenemos la buscamos. Yo sigo follando con otros porque el cuerpo me lo pide. También sigo con mis consoladores pero Juan sigue siendo el hombre con el que más disfruto. Seguramente se debe a aquello del "fruto prohibido".

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