En el taller

Autor: Candela | 07-Apr

Heterosexuales
Hola a todas/os, mi nombre es Candela, tengo 30 años recién cumplidos y luzco un cuerpo esbelto y bien formado. Soy bisexual. Mis ojos son castaños, al igual que mi cabello lacio. Adoro mis pies y todos los pies femeninos bien formados. Gusto de usar tacones y medias de nylon oscuras. La primera historia que quiero contarles, fue en un taller mecánico.

Fue un día de otoño, día templado y seco. Había dejado el coche en el taller, temprano por la mañana, para que le repararan una pérdida de aceite. Me pidieron que lo retirara a última hora, por la tarde. Planeaba ir de compras luego de retirarlo, por lo tanto me había arreglado elegante. Llevaba un trajecito gris con chaqueta y pantalón. Medias negras y zapatos negros de taco alto.

El taller está atendido, porque aún existe, por dos jóvenes de alrededor de veinticinco años. Ambos delgados de no muy alta estatura. Agradables y de buen carácter. Me estaban esperando ya que habían terminado el día de trabajo. El portón de ingreso estaba entreabierto. Ambos estaban ya cambiados con ropa limpia y listos para irse. Al menos eso pensé yo. Me explicaron la reparación que hicieron y me invitaron a pasar a la oficina para cobrarme.

La oficina era algo increíble. Toda alfombrada de azul, luces ocultas que daban una agradable sensación, un pequeño bar, un escritorio antiguo de madera, sillas tapizadas y dos sofá camas de color bordó. En un costado había un ventanal que daba a un patio lleno de plantas y una puerta pequeña que permitía el acceso a un baño zonificado, con ducha y bañadera ovalada con ocho salidas para hidromasaje (en otra les contaré que pasó otro día en esa bañadera).

Sorprendida por el lujo me dijeron que les gustaba disfrutar de ello y que tenían muchos recuerdos buenos de ese lugar. Nos gustan las mujeres - dijeron - y nos gusta tener un lugar adecuado para ellas. La forma de mirarme ya me puso tensa. Sabía que no terminaría normal la cosa. Se aproximaron ambos, muy cerca de mí. Me tomaron las manos. Es una mujer muy hermosa - me dijo uno de ellos - siempre que viene nos sentimos atraídos por usted y nos quedamos fantaseando con lo que haríamos si nos dejara hacerla gozar.

- Y cual es esa fantasía que quieren hacer realidad - les pregunté.

- Si lo decimos, ya no sería lo mismo - respondió.

Mi respiración ya estaba agitada, sentía una curiosidad tremenda por saber que pensaban hacer y sin pensarlo mucho, cerré los ojos y tendí mis manos murmurando: Por favor, no sean duros conmigo. Es el día de hoy que no me arrepiento. Lo primero que hicieron fue ponerme una bincha negra tapándome los ojos. Eso, de por sí, provocó dos cosas. Me sentí indefensa y comencé a sentir todo mi cuerpo con más intensidad. Es increíble como temblaba de emoción mientras sentía como me quitaban la ropa. Fue con tanta dulzura y lentitud que me sentía acariciada y feliz. Quedé solo con la ropa interior, medias y zapatos. Me tomaron por ambos brazos y me llevaron al taller. Se sentía el olor al aceite y la grasa típico de los talleres. No me atrevía a decir nada. Temblaba como una hoja.

Caminamos unos pasos. De pronto sentí que me ponían algo al cuello. Era una correa de tela. La pusieron a modo de gargantilla, ni muy ajustada ni muy floja. De esta correa colgaba una cadena fina. Luego supe que era un collar de perro, de esos de calidad con cadena brillante. Sentí que me sacaban la ropa interior y me quitaron los zapatos y las medias. Me pidieron que me arrodillara en el suelo. Noté que mis pies y mis rodillas se ensuciaban de la grasa del piso. Una vez de rodillas me inclinaron para adelante, apoyé las manos en el suelo, pero siguieron bajándome. Mi nariz estaba a un diez centímetros del suelo. Sentí un leve clic, y retiraron sus manos de mi.

Cuando intenté incorporarme un poco para estar más cómoda, noté que no podía levantar la cabeza. La cadena del collar había sido sujetada con un candado pequeño a algo que había en el piso de tal modo que no podía incorporarme. Busqué con mis manos si podía desprender la cadena, pero fue imposible. Sentí las manos de ellos que tomaban mis tobillos separándolos y los ataron de tal forma que no podía juntarlos. Y allí me dejaron unos minutos que me parecieron horas.

Imaginen mi situación. Estaba desnuda, en cuatro patas, mi rostro tan bajo que mis pezones rozaban el suelo rugoso y sucio. Mi trasero levantado y con los tobillos alejados. Estaba enloquecida, sentía que estaba tremendamente vulnerable, podían hacer cualquier cosa conmigo. Mi ano y mi vulva estaban a disposición de sufrir cualquier atropello. Sudaba, no sabía que me esperaba y sentía como comenzaba a mojarme. Intenté tirar fuerte de la cadena para ponerme más cómoda, pero no pude. Me empezaban a doler las rodillas y la espalda. La posición, si bien era perfecta para ellos, para mí empezaba a ser una hermosa tortura con el placer de estar indefensa.

En un momento comencé a sentir unas gotas que caían en donde comienzan los glúteos, corriendo suavemente, pasaba por mi anito y mojaban la vulva. En un momento pensé que podía ser semen, pero luego me di cuenta que era algún líquido lubricante, pues no tardaron con un dedo, en lubricar la entrada posterior. Luego sentí como me penetraba muy lenta y suavemente, uno de ellos. Mi anito ya estaba distendido, húmedo y feliz. Una vez que lo introdujo todo, (sentí sus testículos contra mi vulva). Comenzó con movimientos lentos y rítmicos. Empecé a gemir, no se si por el dolor del placer o por el placer del dolor. Yo creo que a esa altura mi vagina goteaba placer, cuando sentí como una lengua acariciaba mi clítoris. Obviamente el otro muchacho estaba por debajo saboreando mis jugos. Era el éxtasis, mis gemidos y gritos de placer se mezclaban con las expresiones de goce de mis “mecánicos”.

Noté como quien ocupaba mi recto, descargó todo su semen dentro de mí y lentamente extrajo su hermoso miembro de mí interior. No tardé mucho en sentir como el otro me penetraba la vagina con desenfreno. Su miembro era grueso y lago, realmente nunca había sentido algo así y mucho menos imaginarlo en un tipo relativamente pequeño. Sentía como que me golpeaba el estómago por dentro. ¡Estaba tan mojada...! Recibí unas cuantas palmadas en los glúteos para gozar y pellizcos en los pezones.

Tras el clímax generalizado, se aflojó todo, me soltaron los tobillos, puse la cara en el suelo y me dejé caer hacia el costado. Me dolía todo el cuerpo, pero lo disfrutaba. Sentía como de mis orificios caía por el glúteo mis jugos mezclados con el de mis “mecánicos”. Ya no me importaba si estaba sucio el lugar o no. No sé si me dormí, ni tampoco cuanto tiempo estuve allí. Uno de ellos se arrimó, soltó la cadena y me quitó el collar. Me ayudó a incorporarme, me facilitaron unas pantuflas y me llevó al baño. Allí me dejó sola. Cerré la puerta y traté de despedir todo lo que quedaba en recto y vagina. Me ardían un poco, pero como ustedes ya saben, es el mejor ardor que existe. Llenaron la bañadera y me quedé como una hora disfrutando del agua y su masaje. Como tres horas después de haber llegado al taller me fui en mi auto reparado y por supuesto pagué la reparación a mis mecánicos. Después de todo, el trabajo es una cosa y el placer es otra.

La próxima vez les cuento sobre lo que pasó en la bañadera.

Candela

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